Efesios 2:20 afirma que estamos «edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo».
Todas las iglesias evangélicas sostienen que se edifican sobre Cristo, pero no todas demuestran que Él sea su cimiento o fundamento final.
No se puede separar a Cristo de la Palabra de Dios:
«Aquél verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros…» (Juan 1:14).
Es decir, Cristo es la Palabra encarnada, la segunda persona de la Trinidad que se hizo hombre.
Cristo es el autor de la Biblia y cualquier iglesia que aspire a tenerlo como fundamento debe considerar a la Biblia como su única autoridad suprema y fuente final de revelación.
La palabra «edificados» es un participio pasivo que describe el estado del fundamento sobre el cual descansa la iglesia de Dios, como algo inmutable y no alterable a lo largo del tiempo.
Al fundamento de Jesucristo, el texto añade: «Apóstoles y profetas», es decir, todo el contenido de la Biblia desde el Antiguo Testamento hasta las doctrinas de los apóstoles del Nuevo Testamento (Hechos 2:42).
Cristo es el mismo hoy, ayer y por los siglos, y el contenido de su Palabra, transmitida a través de los profetas y apóstoles, también conserva este principio de inmutabilidad.
Hoy en día, en iglesias carismáticas, muchos se autoproclaman «apóstoles» y otros «profetas», pero nos preguntamos: ¿es esto bíblico?
Si hubiera nuevos apóstoles y profetas, el cimiento de la iglesia no sería definitivo, pues variaría en función de las nuevas revelaciones de los profetas y las nuevas doctrinas que los apóstoles modernos pudieran instaurar.
La Biblia quedaría, en tal caso, al mismo nivel que estas nuevas fuentes de revelación. (Algo muy lamentable pero real en la iglesia desobediente de hoy).
Por eso, este desorden en la iglesia moderna, manejada por hombres tenidos en alta estima, pero desobedientes a la Palabra de Dios e impulsados por su orgullo, quiere apropiarse de estos títulos que fueron otorgados a los verdaderos apóstoles de la iglesia primitiva (a los cuales conocemos por nombre), pero cuyo título nunca más se adjudicó a ningún hombre a lo largo de los siglos en las iglesias del Señor.
El apóstol Pablo da a entender que él es el «último apóstol» al que se le apareció el Señor (pues una condición para ser apóstol era haber visto a Jesús).
Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles. Y el postrero de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. 1Co 15:7 y 8
Los apóstoles y profetas modernos son, pues, una invención del siglo XXI.
En la época de la Reforma, se denunció la falsa autoridad papal y la tradición católica que quería equipararse a la autoridad de Cristo y de las Escrituras.
Ahora, dentro del ámbito cristiano evangélico, desde hace unos años, surgen las mismas pretensiones humanas, tergiversando las Escrituras e implantando estos títulos que nunca en la historia de la iglesia se otorgaron, y que en el pasado sonarían como una locura si alguien se proclamara apóstol o profeta.
Sin embargo, esto es ampliamente tolerado hoy en día por muchas iglesias autodenominadas cristianas.
A veces por falta de conocimiento de la Biblia, pero la mayoría de las veces por una desobediencia abierta a la autoridad de Dios.
El mundo busca líderes para ser guiados, pero las ovejas de Cristo necesitan siervos de Él.
Laodicea se dice enriquecida de dones (Apocalipsis 3:17), luciendo sus súper apóstoles y profetas, pero Dios les dice: «Tú eres un cuitado y miserable y pobre y ciego y desnudo» (vs.17). Únge tus ojos con colirio para que veas (vs.18).
La Palabra de Dios no puede ser ignorada como fuente de autoridad final y suficiente para la iglesia.
Los apóstoles y profetas modernos son hombres desobedientes a la Biblia y a Cristo, al arrogarse títulos que no les corresponden. No cuentan con la menor aprobación de las Escrituras para ejercer tales ministerios, ni con la guía del Espíritu Santo, pues la tercera persona de la Trinidad no puede aprobar algo que va en contra de la Palabra misma que Él inspiró.
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