Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.
(Filipenses 4:8)
Una de las consecuencias de la caída en el Edén es que el hombre llegó a ser mal pensado. Caín pensó mal de Dios y de su hermanos y lo mató. La historia de la humanidad comienza tristemente con un fraticidio digno de ser publicado en la primera plana de un periódico: ¡Extra, extra, la humanidad se destruye a sí misma! ¡Un hermano muere y otro es prófugo, extra…! Sin duda el Diablo, que sólo vino a robar, matar y destruir a la humanidad (Jn. 10:10) sería el principal impresor de este satírico diario
Por supuesto, los seres humanos, tenemos innumerables razones para pensar mal de otros. Cada uno de nosotros, en esta humanidad caída, hace méritos para provocar eso, pero abordemos este tema desde la perspectiva de la redención. Pensemos que Cristo nos ha comprado al preció de su sangre y nos ha redimido para Dios. Cuando éramos sus enemigos en malas obras (Col 1:21) él nos reconcilió por la muerte de su Hijo, y nos sentó a participar de su mesa junto a la compañía de otros hermanos en la fe. Así como nos puso en la compañía de otros hermanos, Cristo mismo no se avergüenza de llamarnos hermanos (Heb 2:11). Al parecer Dios es «bien pensado» de nosotros, no por nuestra condición de pecadores, sino por la obra de su hijo Jesucristo en nosotros. Uno de los propósitos de su obra salvadora es que podamos tener «la mente de Cristo»(1Co 2:16).
En este pasaje de Filipenses el Espíritu Santo, por medio de las palabras de Pablo, nos confronta con su propósito mental para los creyentes: «Sed bien pensados«. Dice esto en el contexto de cierta falta de unidad en un par de personas: A Evodia ruego, y a Síntique exhorto, que sientan lo mismo en el Señor. (Flp 4:2). La Palabra no da detalles de cuál era el problema de Evodia y Sítique, lo cierto que no sentían lo mismo, eran mal pensadas la una de la otra. Ahora Pablo les dice: «sientan lo mismo… en el Señor«. Una forma de decirles: ¡Busquen la unidad!
LA UNIDAD ESTÁ EN CRISTO
Nuestro cuerpo de pecado no puede pensar bien ni puede buscar la unidad con otros hermanos en Cristo. Nuestra viejo hombre no está preparado para habitar con Abel, sino para matarlo. Pero la nueva criatura, (si en verdad nacimos de nuevo) está preparada para relacionarse con los hermanos en la fe. En Cristo, y sólo en él, es que podemos «sentir lo mismo», es decir tener unidad. El mundo busca «compatibilidad de caracteres», y esto no les funciona para nada, pues el mundo siempre está en guerra. Cuando la guerra de un país no es con otro, la guerra es interna. Pero los creyentes sabemos que en Cristo está la solución de la unidad de su iglesia. La iglesia de Hechos asombraba al mundo no tanto por los milagros extraordinarios como por su notable unidad. Todo lo compartían, todo lo tenían en común, sus vidas eran interdependientes y vivían felices por la obra de Cristo. El remedio para Evodia y Síntique es la cruz del calvario, así como nuestro remedio para la unidad.
NO ES UN POSITIVISMO ABSURDO
El mundo de la sicología induce a las personas al positivismo, pero la Biblia nos induce a pensar bien desde otro punto de vista. El mundo va hacia un positivismo de desechar lo malo y absorber «buenas ondas». Los creyentes no abordamos el tema así. ¿Debemos ser mal pensados los uno de los otros? Las respuesta es no. ¿Debemos ser bien pensados de todos, al punto de no señalar pecados en la congregación? La respuesta es nuevamente no. La Biblia nos llama a ser objetivos y maduros, pero también nos da una pauta… diría de «actitud mental» en Cristo. Amamos a los hermanos que vemos como una muestra de amar a Dios a quién no hemos visto (1 Jn 4:20) ¿Por qué debería ser bien pensado de mi hermano? Por amor a Dios en primer lugar.
HAGAMOS LA LISTA DE BUENOS PENSAMIENTOS BÍBLICOS
Todo lo verdadero
La Palabra de verdad vino a la vida del creyente. Piensa en aquellas cosas que Dios, por medio de su verdad, ha cambiado en tu hermano. Yo sé que nos gustaría hacer una lista de sus fallas, pero piensa más en la obra de gracia y verdad hechas por Cristo en su vida.
Todo lo honesto
Una de las fallas que tenemos muchas veces es la falta de sinceridad, ocultamos cosas y nos ocultamos de la relación con los hermanos. Recordemos que el Señor nos trajo a su luz, que nos sacó de las tinieblas para que andemos de día «honestamente». Pensemos en cómo el Señor ha hecho esto en muchos hermanos, cuando han confesado sus pecados y fallas, e incluso nos han pedido perdón. Esos signos de honestidad proceden de la obra de Cristo, y demos gracias a Dios por ello.
Todo lo justo
Somos injustos por naturaleza, pero Cristo nos imputó su justicia. Somos visto a los ojos de Dios como «justos» por los méritos de Cristo. Si Dios nos ve así a través de Cristo: ¿Es mucho pedir para nosotros que veamos a los hermanos desde la justicia de Cristo? Cuando queremos impartir nuestra justicia por lo general se despierta ira en nosotros, que no obra la justicia de Dios (Stg 1:20). Somos dados a pensar en «las injusticias» que se comenten contra nosotros como actos imperdonables, olvidando que Jesús fue escupido, castigado burlado y crucificado por nosotros. ¡Nos duelen tanto las espinas de injusticia que olvidamos que nuestro Rey llevó una corona repleta de ellas!
Todo lo puro
Los pensamientos impuros toman diversas formas. Nuestra imaginación es un aliado del pecado muchas veces. Cuando nuestros pensamientos se tornan impuros y se envenenan, somos dados a pensar todo mal. Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada es puro, antes su alma y conciencia están corrompidas. (Tito 1:15). Una cosa es identificar impurezas y pecados en la vida de nuestros hermanos (las cuales se deben corregir en amor), pero otra cosa es caer en la fatalidad de que ya nada tiene solución. Pensar en la pureza de Cristo nos hace puros, y podemos influir a otros con la misma.
Todo lo amable
Somos dados a pensar en cosas odiosas, y la consecuencia lógica es llenarnos de odio y resentimiento. Un profesor una vez pintó un punto negro en una hoja blanca y preguntó a sus alumnos: ¿Qué es lo que ven aquí? Todos contestaron: ¡Un punto negro! El profesor respondió: ¡Sin embargo yo veo una hoja blanca! Es así que nosotros somos dados a ver en principal lugar la falla del hermano, antes que la obra de Cristo que lo emblanqueció de sus pecados. Pensemos en primer lugar en la evidencia de la gracia de Dios en nuestros hermanos, más que en sus fallas y pecados.
Todo lo que es de buen nombre
Esto sería en pensar las cosas que son dignas de mención o que son honorables. No somos dados a honrarnos unos a otros como hermanos porque muchas veces nuestra mente se mantiene en el terreno de la desconfianza y la crítica. Cristo es digno de todo honor, pero también la imagen de Cristo en nuestros hermanos es lo que los hace honorables. Él nos dado el gran honor de tener su tesoro en estos vasos de barros (2 Co 4:7). No miremos tanto el vaso de arcilla, sino el honor de ser los receptores de su Santo Espíritu.
Si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza…
¿Qué pensaremos de nuestros hermanos? ¿En las evidencia de la gracia de Dios en su vidas o en lo mucho que les falta para ser perfectos? ¿Somos dados a elogiar las virtudes que Dios puso en ellos? ¿Será que habrá cosas dignas de alabanzas procedentes de la obra de la Gracia?
Esto es lo que vale la pena hermanos, en esto pensemos, en esto ocupemos nuestra meditación.
Como termina diciendo el apóstol Pablo en el versículo que sigue: «Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros.» (Filipenses 4:9). ¡Oh Dios que tu paz sea sobre tu pueblo! Pongamos nuestra mente y corazón en la presencia de Dios, y vayamos luego a abrazar a nuestros hermanos para decirle lo mucho que los estimamos en Cristo Jesús.
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