Karl Barth: la trampa de la filosofía disfrazada de teología

Karl Barth no fue un teólogo, sino alguien que hizo filosofía dentro del cristianismo. Algunos dicen que fue un gigante de la teología, pero se puede demostrar que ni siquiera fue teólogo. Un teólogo es alguien que aporta a la causa del conocimiento de Dios a partir de la revelación específica de las Escrituras. Hay teólogos que pueden equivocarse en muchas cuestiones de doctrinas de segundo y tercer grado, pero no sería teólogo alguien que niegue una verdad esencial de la Biblia, como el camino de la salvación, la Trinidad o la inspiración de la Biblia (doctrinas de primer grado).

Barth fue uno de aquellos filósofos que negó de forma dialéctica (de ahí que muchos traguen su anzuelo) la autoridad, veracidad e inspiración intrínseca de la Biblia. No fue el liberal que atacaba de frente a las Escrituras, sino un neoliberal (mal llamado por algunos neortodoxo), cuyo ataque a la Biblia es más peligroso porque lo hace desde el solapamiento del pensamiento.

Esta no es una acusación infundada ni un ataque injusto contra Barth. No se trata de construir un muñeco de paja, sino de analizar sus propias palabras para demostrar que su concepto de la Biblia es contrario a la doctrina reformada histórica. Las citas de Barth han sido tomadas directamente de su libro Church Dogmatics,1(Karl Barth, Church Dogmatics, vol. 1, parte 2 (Nueva York: Charles Scribner’s Sons, s.f.) en su edición original2Digitalizado en Archive.org (¡no de citas secundarias!).

Barth contra la inspiración verbal

Por esa razón, todo esfuerzo que razone la Palabra de Dios como una Palabra de Dios infalible, resiste aquello que nunca deberíamos resistir, es decir, la verdad del milagro en el que hombres falibles hablan la Palabra de Dios en palabras humanas falibles… (Karl Barth, Church Dogmatics, vol. 1, parte 2, 529).

Según Barth, es inútil clamar que el libro que tenemos en nuestras manos es la Palabra de Dios infalible en sí misma. Para él, está contenida en las palabras de hombres falibles y solo se convierte en Palabra de Dios mediante el milagro del proceso iluminador cuando la leemos.

Este postulado desconoce la inspiración verbal, que, si bien reconoce que Dios usó a hombres falibles, sostiene que la guía de su Espíritu los guardó del error. La Biblia es, en sí misma (intrínsecamente), infalible e inerrante. No es el proceso de leerla, proclamarla o incluso creer en ella lo que la «transforma en Palabra de Dios», como propone Barth.

Barth contra la inerrancia bíblica

Si Dios no se avergonzó de la falibilidad de todas las palabras humanas de la Biblia, de sus inexactitudes históricas y científicas, de sus contradicciones teológicas, de la incertidumbre de sus tradiciones y, sobre todo, de su Judaísmo, sino que adoptó y usó estas expresiones en toda su falibilidad, no necesitamos avergonzarnos cuando Él desea renovarla para nosotros en toda su falibilidad como testimonio… (Karl Barth, Church Dogmatics, vol. 1, parte 2, 530).

No solo Barth afirma que la Biblia es falible, sino que además sostiene que contiene inexactitudes históricas y científicas. Sabemos que la Biblia no es exhaustiva en todo lo que trata desde el punto de vista histórico o científico, pero lo que está escrito en ella no posee inexactitudes.

Si la Biblia no es históricamente exacta, ¿qué relatos serían entonces fábulas y cuáles no? Si la Biblia contradice la ciencia con errores, ¿cómo podemos afirmar que el libro de Génesis es información veraz? Además, Barth agrega la influencia de tradiciones inciertas y de «su judaísmo», como para rematar la idea de que la Biblia está supeditada a una cultura que pudo haber introducido su propio folclore.

No es de extrañar esta apreciación, ya que Barth hace una distinción entre Historie (historia factual) y Geschichte (relato interpretativo) en su concepción de la Biblia. Dicho de manera simple, habría datos históricos mezclados con relatos fabulosos, pero, según Barth, a pesar de eso, por medio del proceso espiritual, esa mezcla llega a ser la voz autoritativa de Dios. Este es el intento neoliberal que más resuena en la filosofía de Barth.

Barth contra la bibliología de las confesiones de fe

Por lo tanto, hemos de resistir y rechazar el desarrollo de la doctrina de inspiración del siglo XVII como falsa doctrina… (Karl Barth, Church Dogmatics, vol. 1, parte 2, 525).

Para Barth, hablar de una Palabra inerrante era un intento secular de convertir la obra de Dios en lo que no es, reduciéndola a un mero objeto de interpretación. Irónicamente, afirma que creer en una Palabra inerrante es como creer en un «Papa de papel». Su descaro en contra de la Palabra escrita es asombroso. Odia la revelación escrita como Palabra de Dios en sí misma, por lo que se opuso a las confesiones de fe de la Reforma en su primer capítulo, llamándolas «falsa doctrina».

Según Barth, declaraciones como la siguiente serían consideradas herejías:

«El carácter celestial del contenido, la eficacia de la doctrina, la majestad del estilo, la armonía de todas las partes, el fin que se propone alcanzar en todo su conjunto (que es el de dar toda la gloria a Dios), la revelación completa que dan del único camino de salvación para el hombre, y muchas otras excelencias incomparables y la totalidad de perfecciones de las mismas, son argumentos por los cuales dan abundante evidencia de ser la Palabra de Dios.»
(Confesión de Fe Bautista de 1689, capítulo 1, sección 5)

Conclusión

Seguir considerando a Karl Barth como un gran teólogo es un asunto serio, pues muchos lo leen y, sin darse cuenta, terminan contaminados por sus filosofías. Si un arquitecto construyera un rascacielos imponente, con un diseño moderno y sofisticado, pero luego le prendiera fuego por puro gusto, ¿lo consideraríamos un gran arquitecto? Nadie podría admirar su obra desde el último piso ni contemplar la ciudad desde allí, porque el edificio estaría en ruinas. De la misma manera, los escritos de Barth pueden contener frases agudas y ciertas genialidades, pero buscar sana teología en ellos es como entrar a un edificio en llamas. Su sistema no edifica la fe, sino que la consume desde adentro, dejando a quienes lo siguen sin un suelo firme donde pisar.

En lugar de confiar en construcciones humanas que se desmoronan, es mejor edificar sobre la Palabra perfecta de Dios, que «convierte el alma» y «hace sabio al sencillo» (Salmo 19:7).

Alejandro Riff