Mas a Dios gracias, que nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo. (
1Corintios 15:57 ).
Porque todo aquello que es nacido de Dios vence al mundo: y esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe. (1ra Juan 5:4 ).
Hubo épocas en la historia en donde ser cristiano costaba la vida.
Cuenta un relato de la Roma antigua, acerca de un mártir llamado Marcelo, soldado del imperio romano, que tuvo que sufrir la muerte por causa de su fe en Jesucristo.
Este fiel cristiano, no ofreció ninguna resistencia ante sus verdugos, que despiadadamente lo llevaban para ser quemado vivo, ante la multitud expectante del coliseo romano que reclama su ejecución.
A continuación se transcribe el episodio:
Llegó el momento en que los guardas trabaron de él con derroche de rudeza, la cual por no resistirles no merecía, y le condujeron a la pira, a la cual le amarraron con fuertes cadenas, que hicieron imposible el escape en que él no pensó.
Más bien se le oyó musitar, «Estoy listo para ser ofrecido… y el tiempo de mi partida ha llegado . . . Por lo demás me está guardada la corona de justicia que el Señor, juez justo, me dará hoy.»
Aplicaron la antorcha que originaba enormes llamas, y densas nubes de humo ocultaban al mártir momentáneamente. Al aclarar, se le vio erguido en medio del fuego, elevados el rostro y las manos al cielo.
Las llamas se intensificaban y crecían alrededor de. él. Más y más se le acercaban, y fogatas devoradoras le envolvían en círculos de fuego. De pronto le cubría un velo de humo, que luego desaparecía ante el azote potente de las lenguas de fuego.
Empero el mártir permanecía erguido, sufriendo con calma y serenidad la pavorosa agonía como asido de su Salvador. Allí El descendió ante la fe de su mártir, aunque nadie más le vio; siendo que su brazo eterno no se había acortado de en rededor de su seguidor fiel hasta esta muerte, inspirado y sostenido por su Espíritu.
Las llamas ya no sólo crecían y se acercaban al mártir sino que él se tornó en llama. La vida fue violentamente atacada hasta ser arrebatada, y las alas del espíritu se dispusieron a trasladarla fuera del dolor y de la muerte al paraíso.
La víctima al fin se sobresaltó convulsivo, como si le traspasara irresistiblemente un dolor más agudo, al que por último conquistó. Levantó los brazos en alto, y los agitó débilmente. Luego en postrer esfuerzo lanzó un agónico clamor en voz clara al oído de todos: «¡Victoria!»
Había sido el aliento postrero de está vida, y cayó hacia adelante inflamado en llamas; y el espíritu de Marcelo «había partido a estar con Cristo, lo cual es mucho mejor.”
(Del libro: El Martir de las Catacumbas.)
La historia cuenta una infinidad de relatos de mártires que dieron sus vidas a causa su fe en Cristo.
Ahora te preguntarás: ¿Qué fuerza los sostenía? ¿Qué los impulsaba a predicar contra viento y marea el mensaje del evangelio.?
La respuesta es: que ellos habían tenido la victoria de Cristo en sus corazones.
Habían creído en su salvador comprendiendo que sus vidas estaban apartadas de Dios y, si seguÍan viviendo en pecado, estaban condenadas eternamente.
Por eso, se abrazaron al amor de Dios, recibiendo el perdón de sus pecados con una nueva vida, nacida en Cristo, y con una fe que vence a este mundo. Ellos comprendieron que Jesús había dado su vida en la cruz en sacrificio a su favor, y por ende, ellos también aceptaban gozosos las tribulaciones que les tocaba sufrir, al punto de dar sus vidas también.
¿Por qué eran perseguidos? Porque este mundo enemistado contra Dios e instigado por el Diablo, tiene como principal fin, que las almas de los hombres se pierdan, haciendo todo lo posible para que el mensaje de salvación de la Palabra de Dios, La Biblia, no les llegue a sus oídos.
Tú que lees estas líneas, te pregunto:
¿Cuantas veces has sido indiferente a la voz de Dios que con amor te ha buscado?
¿Cuantas veces haz rechazado un simple folleto de su Palabra, o has evitado la invitación a escuchar una predicación ?
El mensaje del evangelio llega hoy a ti abriéndose paso a través de la historia a precio de sangre de mártires. Pero mayor aún es el precio que Dios pagó para salvarte: la sangre de su hijo Jesucristo derramada en la Cruz.
Escucha la voz del salvador, el Hijo de Dios, clamando a gran voz desde la cruz, en grito de agonía:
¡CONSUMADO ES!- Y habiendo inclinado la cabeza, dio el espíritu. (Juan 19.28)
Pero Cristo resucitó triunfando victoriosamente sobre la muerte.
Porque Cristo para esto murió, y resucitó, y volvió á vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven. (Romanos 14:9).
Estimado lector: Dios aun sigue buscado la respuesta de tu corazón, él aguarda con paciencia y amor, que vengas a su encuentro.
Si le abres hoy tu corazón, pidiendo perdón por tus pecados, y crees en el Señor Jesucristo como tu salvador, Dios también hará una obra en tu corazón, limpiándolo y dándote una nueva vida y, podrás decir desde lo mas profundo de tu ser: ¡VICTORIA!
Ruego que la VICTORIA de Cristo sea sobre tu vida. Amén.
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