1Tesalonicenses 4:9 …Dios, el cual también nos dio su Espíritu Santo.
La palabra «dique» siempre la relacionamos como ese muro o construcción que se hace para retener agua (un lago, un río etc). Pero en el diccionario también tiene la siguiente acepción: «Barrera u obstáculo opuesto al avance de algo que se considera perjudicial«. Quisiera demostrar en este artículo cómo muchas veces los creyentes nos transformamos en «ese dique» que impide la obra del Espíritu Santo en nuestra vida.
El obstáculo
Dijimos que un dique es una barrera que se opone a algo perjudicial pero, ¿cómo podría la obra del Espíritu Santo ser algo perjudicial para nosotros? No lo es para la nueva criatura regenerada, pero sí definitivamente lo es para nuestra carne que siempre quiere hacer su propia voluntad. La carne y sus deseos se resisten a morir, detestan la obra del Espíritu Santo, se opone siempre como una barrera de contención a nuestro crecimiento espiritual. El principal obstáculo para llenura del Espíritu Santo somos nosotros.
El Espíritu Santo mora en el creyente
Ser salvos en Cristo es una obra de transformación del Espíritu Santo, pero a su vez es más que eso, esta tercera persona de la Trinidad viene a vivir en nuestro ser. Es realmente un misterio cómo el Espíritu Santo puede morar en pecadores. Pecadores que han sido salvados, sí, pecadores que han sido purificados por la sangre de Cristo, sí, pero también somos pecadores en cuanto a que la fuente de nuestro pecado no será erradicada completamente hasta recibir un día cuerpos glorificados. Citando a Calvino, recordamos que:
«Por tanto, mientras habitamos en la cárcel de nuestro cuerpo, debemos luchar continuamente contra los vicios de nuestra naturaleza corrompida, e incluso contra cuanto hay en nosotros de natural. A veces dice Platón que la vida del filósofo es la meditación de la muerte. Con mucha mayor verdad podríamos nosotros decir: La vida del cristiano es un perpetuo esfuerzo y ejercicio por mortificar la carne, hasta que muerta del todo, reine en nosotros el Espíritu de Dios.»[i]
Un mandamiento hacia la llenura
Cuando la Biblia nos dice: «Sed llenos del Espíritu Santo» (Efesios 5:18) nos exhorta por un mandamiento, algo que tenemos que hacer nosotros, no nuestro vecino, no nuestro pastor, sino nosotros. Alguno podrá decir que «la llenura del Espíritu Santo no depende de nosotros», te pregunto ¿estás tan seguro? Desde un punto de vista estoy de acuerdo, «no depende de nosotros», ya que la salvación es una obra soberana de Dios. Nos salvó por pura gracia y nos dio a «beber» de su Espíritu como un regalo también, todos los creyentes hemos bebido de este mismo Espíritu como dice Pablo en 1 Corintios 12:13 (y no porque lo hayamos merecido). Pero ahora que el Espíritu Santo está en el corazón del creyente…. allí viene el mandamiento no para salvación sino para santificación: «sed llenos del Espíritu». Muchos piensan que ser llenos del Espíritu Santo es entrar en una especie de trance en oración y que de acuerdo a que tan vivaz sea ese trance más estaremos llenos del Espíritu Santo. No es así como Dios actúa. Nuestro naturaleza carnal deber morir, debe ser llevada a la cruz para que no se interponga como barrera, como dique, a la fluyente obra del Espíritu de Dios en nosotros. Confesar nuestros pecados, apartarnos, y por sobre todo negarnos a nosotros mismos es lo que denominamos la cruz.
El dique tiene que ser destruído
Por lo general como creyentes cuando algo no anda bien en nuestra vida espiritual se lo achacamos que un desconocimiento o falta de información. Es así que pensamos en comprar libros cristianos para «tener una mejor vida espiritual» o en asistir a tal o cual evento cristiano . Todo eso está muy bien, pero podemos llenar nuestras bibliotecas de buenos libros, nuestra agenda de actividades de reunión en reunión, pero si no estamos dispuesto a morir a lo que somos (a nosotros mismos) nada de eso servirá. Toda la infomación bíblica que recibimos se amontona a nuestras espaldas como un torrente de agua a desbordar, pero nosotros abrimos los brazos de nuestra carnalidad para contener en forma de dique la obra del Dios. Somos un dique humano que se opone al fluir del Espíritu Santo gritando: ¡Todavía quiero ser yo! ¡No quiero morir! Sin embargo a eso vino el Espíritu de Dios a nuestra vidas, a hacer morir lo terrenal (Colosenses 3:5).
Hasta que no entendamos que nuestra falta de obediencia, nuestra resistencia a morir a nuestro carácter, nuestra rebeldía diaria, son el dique de contención del Espíritu Santo haremos miserable nuestra vida espiritual, nuestra familia, y nuestro servicio al Señor. Si seguimos prefiriéndonos a nosotros mismos el dique estará interpuesto. En cambio si nos humillamos bajo la mano de Dios, el dique será movido de en medio, el Espíritu Santo nos llenará, y nos moldeará a la imagen de Cristo.
[i] Institución de la religión cristiana. Libro III – Cap.3 – Inciso 20.
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