Así vosotros, ciertamente, ahora tenéis tristeza, mas os veré otra vez y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo. (Juan 16:22)
Aunque las palabras de Jesús se refieren a la tristeza de los discípulos por su inminente muerte en la cruz y al gozo posterior de su resurrección, estas pueden ser vistas desde una perspectiva más amplia. Como cristianos, comprendemos que la tristeza surge de vivir en un mundo marcado por el pecado.
Una pregunta recurrente es: ¿Por qué Dios permite el sufrimiento? La respuesta se encuentra en la elección de Adán y Eva, quienes prefirieron la muerte al desobedecer a Dios, en lugar de elegir la vida. Desde ese desvío, lo que era un paraíso perfecto se transformó en un mundo saturado de dolor, en el que abundan los cardos y espinos (Génesis 3:17-18).
Figurativamente, estos cardos y espinos representan también todos los males que acontecen en el mundo: la muerte, las enfermedades, los desastres y el caos que los acompaña. Los cristianos no estamos exentos de este mundo de «cardos y espinos». Experimentamos las mismas pérdidas que aquellos que no conocen a Dios, pero con una promesa que altera la perspectiva: vuestra tristeza se convertirá en gozo. Juan 16:22 nos envuelve en palabras de esperanza, como si el Señor mismo nos susurrara: «Sí, ahora están sumidos en la tristeza, pero habrá un día en que esta cesará, ¡y ese día será el de mi segunda venida!» La promesa de ese día resplandece en Apocalipsis: «Y enjugará Dios toda lágrima de sus ojos; y ya no habrá muerte; ni habrá llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas ya habrán pasado.» (Ap. 21:4).
Es cierto que para muchos que han sufrido la pérdida de seres queridos que partieron en el Señor, el consuelo de verlos de nuevo es grande. Sin embargo, el ancla que nos mantiene firmes y nos consuela en este mundo es, sin duda, la esperanza de encontrarnos con Jesús en su segunda venida.
En tu tristeza hoy ve a Jesús, no hay otro a quien acudir. El lloró con los que lloran (Juan 11:35) y Él promete enjugar un día tus lágrimas. Mientras tanto te acompaña en el dolor hasta que llegue la mañana resplandeciente en donde se cumpla su promesa:«os veré otra vez».
(…) Por la noche durará el lloro, pero a la mañana vendrá la alegría. (Sal 30:5)
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