¿Es que el paso del tiempo o la edad ha provocado esto?, no mayormente, sino que que son «las concesiones» que se hacen en el camino las que provocan esto. En algunos casos, a medida que un ministerio o predicador gana popularidad recibe el halago, apoyo y sustento de una sin fin de personas e iglesias, y hay un momento que el «compromiso interno con la gente» es tal que empiezan a limar las aristas filosas de sus mensajes o a recortar todo argumento que sea controversial –para no ofender a alguno–. «Quedar bien» pasó a ser la prioridad por sobre «anunciar la verdad bíblica».
Con el paso del tiempo, sin embargo no se puede decir que ese ministerio o predicador ya no sea bíblico, sino que solo se enfoca en aquellos puntos de mayor consenso general y en temas «seguros» en los cuales nadie dentro de su círculo de popularidad –cada vez más grande– podría objetar o estar en desacuerdo.
En definitiva, el problema no radica en que cambiaron alguna de las verdades bíblicas que predicaban al principio, sino en las verdades que tratan de evitar bajo el argumento de que son secundarias. En algún momento «todo el consejo de Dios» puede llegar a estar comprometido. En algún momento las «pequeñas zorras que echan a perder la viña» (Cantares 2:15) no son cazadas bajo el pretexto de la unidad y la armonía actual, pero que en un futuro comprometerá la integridad del viñedo.
La vida del apóstol Pablo nos recuerda cómo evitar este peligro del cuál no se está exento. Estos cuatro textos nos recuerdan estos principios como las cuatro patas que sostienen «la mesa de la integridad ministerial».
Porque, ¿persuado yo ahora a los hombres o a Dios? ¿O busco agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo. (Gálatas 1:10 RV-SBT)
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