La Doctrina de la Predestinación: ¿Tiene alguna importancia práctica?

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Introducción:

Muchas veces pastores e iglesias al sólo hecho de escuchar la palabra «predestinación» le entra un temor ya que han desarrollado un prejuicio acerca de esta doctrina como algo «fatalista»  o que complica la «verdadera evangelización».

El entendimiento de la soberanía de Dios en la salvación, es el entendimiento del evangelio mismo desde los tiempos de la Reforma y antes de ella. Pero de este tema «no se ha habla, este tema no se toca en muchas iglesias». Pareciera que es un tema vergonzoso hablar de «predestinación» algo que de hecho es un derecho de Dios. Ocultar esta doctrina para muchos evangélicos de hoy es señal de madurez y de buen juicio. ¡Nada más lejos de la realidad del evangelio bíblico!

Otros quizá con más respeto a esta doctrina, y con cierto temor, no se atreven a tomar posición alguna, y se preguntan: ¿tiene el tema de la «predestinación» un aspecto práctico en la predicación del evangelio? ¿Vale la pena ocuparse de analizar la misma? ¿No hará que prediquemos menos el evangelio al creer en una «elección soberana de Dios»?

Muchos jóvenes se están haciendo en las iglesia «no reformadas» estos planteos, pues pueden ver en videos y redes sociales (y al adquirir libros en Internet) un resurgir de estas «doctrinas de la gracia» que en América Latina estaban dormidas y sepultadas bajo toneladas del pragmatismo de los tele-evangelistas del la década del 80′, a los cuales se ha seguido en muchas de sus formas.

Lamentablemente no todos los pastores están dando una respuesta satisfactoria a quienes le preguntan acerca de estos temas.

Personalmente, yo tuve que enfrentar hace muchos años esta doctrina. Mis seis años estudiando en una escuela dispensacionalista no me aclararon mis «dudas» en cuanto al papel de la soberanía de Dios en la salvación.

Al leer a C.H Spurgeon yo veía una doctrina más completa, un evangelio más sólido basado en principios escriturales de soberanía. Otra cosa que me di cuenta, es que a la mayoría les gusta la predicaciones de Spurgeon pero no se percatan que él era calvinista antes que dispensacionalista (donde yo estudiaba se utilizaba el libro de Spurgeon «Discurso a mis estudiantes», pero aún así había una ausencia y un silencio de la «doctrina de la elección» en el resto de las materias, y por sobre todo, una ausencia de la historia de la Reforma protestante).

No tengo nada en contra de mis hermanos dispensacionales, yo un día lo fui.
Sé que el alma se salva predicando la Palabra de Dios al hacer una invitación al pecador al «arrepentimiento y a creer», y sé que muchos de mis hermanos dispensacionales lo hacen bíblicamente así. Como también veo a otros que han caído en la misma práctica carismática de sobre exaltar un llamado al altar o hacer lo que se conoce como «la oración del pecador».

Lo cierto es que  en América Latina se está despertando a una realidad doctrinal de tipo «reformada» que está permeando iglesias e instituciones.

Muchos querrán poner un muro de contención: «-De la predestinación no se habla en nuestra iglesia». Pero creo que no debería ser así de traumático. Creo que tendría que haber un auto-examen en cada iglesia y preguntarse si tal o cual práctica de evangelización ha sido la pauta neotestamentaria y la histórica de la iglesia. Y se debería analizar esta doctrina sin caer en un fatalismo «hiper-calvinista» como muchos temen. Hay un punto de equilibrio en esta doctrina de la soberanía y su contraparte de la responsabilidad humana.

LA DOCTRINA DE LA PREDESTINACIÓN TIENE UNA IMPORTANCIA PRÁCTICA PARA EL PREDICADOR

Sin esta esta doctrina, el predicador tarde o temprano  va a basar sus esfuerzos en «convencer» a su auditorio. Se culpará si no ha sido lo «suficiente insistente» para hacer una llamado a «aceptar a Cristo» luego de un sermón donde «supuestamente no pasó nada». Este es un gran aspecto práctico, del lado negativo.

Por otro lado creer en la Soberanía de Dios, la preocupación se centra más en predicar la Palabra de manera expositiva, ya que confía que el llamado externo del evangelio va acompañado por el llamado interno del Espíritu Santo para que añada a la iglesia los que «habían de ser salvos» (Hechos 2:47). Las Biblias modernas de hoy cambian el tiempo verbal  «habían de ser salvos»(Biblia Reina Valera) ya que en griego es un verbo participio pasivo, a los «que iban siendo salvos» como erradamente traduce La Biblia de las Américas o Nueva Versión Internacional. La idea de predestinación se diluye en Biblias modernas.

Mathew Henry comenta sobre Hechos 2:47:

Los que Dios ha designado para la salvación eterna, serán eficazmente llevados a Cristo hasta que la tierra sea llena del conocimiento de su gloria.

Fuera de la versión Reina  Valera o de la versión King James (sobre la que comentó M.H.) el versículo no acompañaría la idea del comentario.

 

Recomendando un gran escrito de Arthur Pink

Unos de los mejore escritos que he leído respecto a la «Soberanía de Dios en la Salvación» es este escrito de Arthur Pink que les presento.

Este tema tan importante no puede ser resumido en 40 líneas de texto como muchos quisieran.

Aquel que quiera tomarse su tiempo para leer esta exposición de manera concienzuda, tendrá una alta probabilidad de entender la predestinación desde la soberanía de Dios.

Y obviamente, la forma de predicar el evangelio, cobrará un sólido fundamento como «un antes y un después».

Te desafío a leer:

LA SOBERANÍA DE DIOS EN LA SALVACIÓN

Por Arhur Pink - Capítulo 5 del libro "La Soberanía de Dios"

“¡Oh la profundidad de las riquezas, y de la sabiduría y el conocimiento de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos!” (Rom.11:33).

LA SALVACION pertenece a Jehová” (Jon.2:10), pero el Señor no salva a todos. ¿Por qué no? Salva, sí, a algunos; y si salva a algunos, ¿por qué no a otros?. ¿Quizá porque son demasiado pecadores y depravados? No; pues el apóstol escribió: “Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1Tim.1:15). Por tanto, si Dios salvó al “primero” de los pecadores, no hay razón para que ninguno sea excluido por causa de su depravación. ¿Por qué, pues, no salva Dios a todos? ¿Quizá porque algunos tienen el corazón demasiado duro para ser ganados? No; porque aun de aquellos que tienen el corazón más pequeño, se ha escrito que Dios “De la carne de ellos quitaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Eze.11:19), Entonces, ¿será porque son tan obstinados? tan intratables, tan rebeldes, que Dios no puede atraerlos a Sí?. Antes de responder a esta pregunta formulemos otra; recurriremos a la experiencia de algunos, por lo menos, de los que forman el pueblo de Dios.

Amigo, ¿no es cierto que hubo un tiempo en que andabas en consejo de malos, estabas en camino de pecadores, te sentabas en silla de escarnecedores, y con ellos decías: “No queremos que este reine sobre nosotros” (Luc.19:14)? Es más, ¿acaso no hubo un tiempo en que tú “No querías venir a Cristo para tener vida” (Juan 5:40)?. Es más ¿acaso no hubo un tiempo en que unías tu voz a la de los que decían a Dios: “Apártate de nosotros, no queremos el conocimiento de tus caminos” “¿Quién es el Todopoderoso para que le sirvamos?” (Job. 2l:14,15) Avergonzado, tienes que confesar que lo hubo, Pero, ¿cómo es posible que ahora todo haya cambiado? ¿Qué fue lo que te trajo de tu altiva propia suficiencia a ser un humilde suplicante, de ser uno que estaba en enemistad con Dios a uno que está en paz con El, de la desobediencia a la sujeción, del odio al amor? Como “nacido del Espíritu”, responderás con prontitud: Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1Cor.15:10). Entonces, ¿no comprendes que el que otros rebeldes no sean salvos también no se debe a falta de poder por parte de Dios, ni a Su negativa a forzar al hombre? Si Dios pudo someter tu voluntad y conquistar tu corazón, y eso además sin interferir tu responsabilidad moral, ¿no puede hacer lo mismo con otros? Ciertamente que sí. Entonces, ¡Cuán inconsecuente, cuán ilógico, cuán necio es por tu parte intentar explicar el actual proceder de los impíos y su destino final, argumentar que Dios no puede salvarlos, que ellos no le dejan! ¿Acaso dices: “Pero llegó un momento en que yo quise, estuve dispuesto a recibir a Cristo como mi Salvador? Cierto que así ocurrió, pero fue el Señor quien te hizo querer (Sal.11):3; Fil.2:13). Por qué pues -dirás- no hace que todos los pecadores quieran? Pues, ¿por qué ha de ser, sino por el hecho de que El es soberano y hace lo que le agrada? Pero volvamos a la encuesta inicial.

¿Por qué no todos son salvos, particularmente todos los que oyen el Evangelio? ¿Respondes aún: Porque la mayoría rehúsa creer? Bien, es cierto, pero eso es solamente una parte de la verdad. Es la verdad vista desde el aspecto humano. Pero hay también un aspecto divino, aspecto que requiere ser tenido muy en cuenta, pues de los contrario Dios sería despojado de la gloria que se le debe. Los no salvos se pierden porque rehúsan creer, mientras los demás se salvan porque creen. Bien, pero, ¿porque creen? ¿Qué es lo que hace que unos pongan su confianza en Cristo y otros no? ¿Quizá porque los que se salvan son más inteligentes que sus semejantes, y más rápidos en discernir la necesidad de su salvación? Desechemos tal pensamiento, pues, “quién te distingue?” ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías como si no hubieras recibido? (1Cor.4:7). Es Dios mismo quién hace distinción entre el escogido y el no escogido, pues el mismo ha mandado escribir: “No obstante , sabemos que el Hijo de Dios está presente y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero” (1Juan 5:20).

La fe es un don de Dios, y “porque no es de todos la fe” (2Tes.3:2); por lo tanto, vemos que Dios no otorga este don a todos. ¿A quienes, pues, concede este favor salvador? A sus elegidos: “creyeron cuantos estaban designados para la vida eterna” (Hech.13:48). Por esto leemos de “según la fe de los escogidos de Dios” (Tito 1:1). Pero, ¿es Dios soberano en la distribución de sus favores? ¿Acaso no tiene derecho a serlo? ¿Hay aún quien “murmura contra el padre de la familia“? Valgan, entonces sus propias palabras como respuesta: “No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío?” (Mat.20:15). Dios es soberano en la concesión de sus dones, tanto en la esfera natural como en la espiritual. Hay aquí, una declaración general de los hechos; pasemos ahora a particularizar.

1. La soberanía de Dios padre en la salvación.

Quizá el pasaje de la Escritura que más enfáticamente afirma la soberanía absoluta de Dios respecto a la determinación del destino de sus criaturas, es el capítulo nueve de Romanos. No vamos a tratar de repasar aquí el capítulo entero, sino que nos limitaremos a los versículos 21-23: ¿O no tiene autoridad el alfarero sobre el barro para hacer de la misma masa un vaso para uso honroso y otro para uso común? ¿Y qué hay se Dios, queriendo mostrar su ira y dar a conocer su poder, soportó con mucha paciencia a los vasos de ira que han sido preparados para destrucción? ¿Y qué hay si El hizo esto, para dar a conocer las riquezas de su gloria sobre los vasos de misericordia que había preparado de antemano para gloria” Estos versículos presentan a la humanidad caída tan inerte y tan impotente como una masa de barro sin vida. Este texto bíblico es rico en contenido. Demuestra que “no hay diferencia” esencial entre los escogidos: son barro de “la misma masa”, lo cual concuerda con Efesios 2:3, donde se nos dice que todos por naturaleza somos “hijos de ira“. Nos enseña que el destino final de todo individuo lo decide la voluntad de Dios, y bienaventurada cosa es que así sea, pues si se dejara a nuestra voluntad acabaríamos en el lago de fuego. Declara que Dios mismo hace una distinción de los destinos respectivos que dedica a cada una de sus criaturas, pues un vaso es hecho para honra y otro para vergüenza“; algunos son “vasos de ira preparados para muerte”, otros son “vasos de misericordia, que El ha preparado para gloria“.

Admitimos francamente la humillación que supone para el orgulloso corazón de la criatura el contemplar a la humanidad entera en manos de Dios como barro en manos del alfarero; pero así es precisamente como las Escrituras de la Verdad presentan el caso. En esta época de jactancia humana, orgullo intelectual y deificación del hombre, es necesario insistir en que el alfarero hace sus vasos para sí. Que luche el hombre con su Hacedor cuanto quiera, que no por eso dejara de ser otra cosa sino barro en manos del Alfarero Celestial; y El forma sus vasos para sus propios fines y conforme le agrada, aunque sabemos que procederá justamente con sus criaturas, que el juez de toda la tierra ha de hacer lo que es justo. Dios afirma que tiene derecho indiscutible de hacer lo que quiera con lo que es suyo.

No solamente Dios tiene derecho a hacer lo que quiera con las criaturas salidas de sus propias manos, sino que en realidad lo hace, según vemos, más evidentemente que en cualquier otra parte, en la gracia de la predestinación. Antes de la fundación del mundo Dios hizo una selección, una elección. Ante sus ojos omniscientes estaba toda la raza de Adán, y de ella escogió un pueblo y lo predestinó “para la adopción de hijos” lo predestinó “para ser conforme a la imagen de su Hijo”, lo “ordenó” para vida eterna. Muchos son los textos bíblicos que ponen de realce esta bendita verdad, siete de los cuales van a ocupar nuestra atención.

“Creyeron todos cuantos estaban destinados para vida eterna” (Hech.13:48). Se han empleado todos los artificios del ingenio humano para restar poder al agudo filo de este texto y descartar con explicaciones fáciles al sentido evidente de estas palabras; pero todo ha sido en vano, ya que nada podrá jamás reconciliar este pasaje y otros semejantes con la mente del hombre natural. “Creyeron todos cuantos estaban destinados para vida eterna”, Aprendemos aquí cuatro cosas: Primeramente, que creer es consecuencia y no causa decreto de Dios. En segundo lugar, que sólo un número limitado ha sido “designado para vida eterna” pues si todos los hombres sin excepción hubieran sido así ordenados por Dios, entonces las palabras “todos cuantos” constituyen una especificación carente de significado. En tercer lugar, que esta “designación” de Dios nos consiste en meros privilegios externos, sino que es para “vida eterna“; nos es designación para un servicio, sin para la salvación misma. En cuarto lugar, “todos cuantos” -ni uno menos- así han sido designados por Dios para vida eterna creerán con toda certeza.

El comentario que el amado hermano C.H. Spurgeon, hizo sobre el pasaje anteriormente citado, merece toda nuestra consideración. Dice así: “Se han hecho ciertas tentativas para demostrar que estas palabras no enseñan la predestinación, pero tales tentativas violan el lenguaje tan claramente, que no voy a malgastar el tiempo en replicar a ellas… Leo así: “Creyeron todos cuantos estaban designados para vida eterna” y no he de retorcer el texto, sino glorificar la gracia de Dios, atribuyéndole todos los casos de personas que creen… ¿No es Dios quien da disposición para creer? Si hay hombres dispuestos a poseer la vida eterna, ¿no es El en todos los casos quien lo dispone? ¿Es injusto que Dios de gracia? Si es justo que la dé, ¿es injusto que se haya propuesto darla? ¿Quisieras que la diera por accidente? Si es justo que tenga el propósito de dar gracias hoy, era justo que se lo propusiera antes de esta fecha, y por tanto, dado que El no cambia, desde la eternidad“.

“Así también aun en este tiempo presente se ha levantado un remanente según la elección de gracia. Y si es por la gracia, no procede de las obras; de otra manera la gracia ya no sería gracia“(Rom.11:5,6). Las palabras “así también”, al principio de esta cita, nos remiten al versículo anterior donde se nos dice: “He dejado para mi siete mil hombres que no han doblado la rodilla delante de Baal“. Nótese particularmente la palabra “dejado“. En los días de Elías había siete mil (una pequeñita minoría) que habían sido divinamente preservados de la idolatría y traídos al conocimiento del verdadero Dios. Esta preservación e iluminación no provenía de ningún mérito que hubiera en ellos, sino exclusivamente de la especial influencia e intervención de Dios. ¡Cuán altamente favorecidas fueron tales personas al ser así “dejadas” para Dios! Ahora bien, dice el apóstol, de la manera que había “un remanente” en los días de Elías, “dejado para Dios”, también lo hay en la actual dispensación.

“Remanente por la elección de gracia“. Aquí se sigue la causa de la elección hasta su misma fuente. La base sobre la cual Dios escogió a este “remanente” no era la fe prevista en él, porque una elección fundada en la previsión de buenas obras estaría exactamente tan basada en las obras como cualquier otra, y en tal caso no sería “de gracia“; pues, según dice el apóstol, si por gracia, luego no es por las obras; de otra manera la gracia ya no sería gracia“. Todo lo cual significa que la gracia y las obras son opuestas, que no tienen nada en común, y que, como el aceite y el agua, jamás podrán mezclarse. De esta manera, la idea de bondad en la propia naturaleza prevista en los escogidos, o de cualquier cosa meritoria efectuada por ellos, queda rigurosamente excluida. “Remanente por la elección de gracia”, significa una elección incondicional, resultado del favor soberano de Dios. En resumen, es una elección absolutamente gratuita.

“Pues considerad, hermanos, vuestro llamamiento: No sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. Más bien Dios ha elegido lo necio del mundo para avergonzar a los sabios, y lo débil del mundo Dios ha elegido para avergonzar a lo fuerte. Dios ha elegido lo vil del mundo y lo menospreciado; lo que nos es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte delante de Dios” (1Cor.1:26-29). Por tres veces en este pasaje se hace referencia a la elección de Dios, y elección supone necesariamente selección, es decir, tomar a unos y dejar a otros. Quien escoge aquí es Dios mismo. Se da una definición del número escogido: “no muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles, son llamados“. Esto es cuanto al hecho de la elección de Dios; a continuación obsérvense los objetos de su elección.

Aquellos de quienes se ha hablado como escogidos de Dios son “lo débil del mundo, lo vil del mundo, y lo menospreciado“. Pero ¿por qué? Para demostrar y engrandecer Su gracia. Tanto los caminos de Dios como sus pensamientos están en absoluta contraposición a los del hombre. La mente carnal hubiera supuesto que la selección habría de hacerse de entre las filas de los opulentos e influyentes, los amables y cultos, de modo que el cristianismo ganara la aprobación y el aplauso del mundo por su pompa y su gloria carnal. Pero ¡ah! “lo que entre los hombres es sublime, delante de Dios es abominación” (Luc.16:15) Dios escoge lo “vil“. Así lo hizo en tiempos del Antiguo Testamento. La nación que escogió para ser depositaria de Sus sagrados oráculos y canal por el cual vendría la Simiente prometida, no fue el antiguo Egipto, ni la imponente Babilonia, ni la altamente civilizada y culta Grecia. No; el pueblo sobre el que Jehová puso su amor y consideró como “la niña de Su ojo” fue el de los despreciados hebreos. Así lo hizo también cuando nuestro Señor habitó entre los hombres. Aquellos a quienes recibió en su agradable intimidad y encargó que salieran como embajadores Suyos, eran, en su mayor parte, pescadores “ignorantes“. Así a sido siempre desde entonces. Y el propósito de la elección de Dios, la razón de ser de la selección, es “que ninguna carne se gloríe en su presencia“. No habiendo nada remunerable en los objetos que El eligió, toda la alabanza ha de ser tributada libremente a las riquezas abundantes de Su infinita gracia.

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien nos ha bendecido en Cristo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales. Asimismo nos escogió en él desde antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él . En amor nos predestino por medio de Jesucristo para adopción como hijos suyos, según el beneplácito de su voluntad. En el también recibimos herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de aquel que realiza todas las cosas conforme al consejo de su voluntad” (Ef.1:3-5,11). Asimismo descubrimos aquí el motivo que le impulsó. Fue por amor que nos predestinó para la adopción de hijos por Jesucristo a sí mismo“; declaración que refuta la frecuente e impía acusación de que es tiránico e injusto que Dios decida el destino eterno de sus criaturas antes de que nazcan. Finalmente, se informa aquí que en cuanto a esto no tuvo consejo con nadie, sino que somos “predestinados según el puro afecto de su voluntad“.

“Pero nosotros debemos dar gracias a Dios siempre por vosotros, hermanos amados del Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, por la santificación del Espíritu y fe en la verdad“. (2Tes.2:13). Hay aquí tres cosas que merecen especial atención. Primeramente, el hecho de que se nos dice explícitamente que los elegidos de Dios son “escogidos para salvación“. No podría darse un lenguaje más explícito. ¡Cuán sumariamente eliminan estas palabra los sofismas1 y equívocos de los que pretenden que la elección se refiere solamente a privilegios externos o categoría en el servicio! Es para “salvación” que Dios nos ha escogido. En segundo lugar, se nos advierte aquí que la elección para salvación no menosprecia el empleo de los medios apropiados: la salvación se alcanza por medio de la “santificación del Espíritu y fe de la verdad“. No es cierto que, porque Dios ha escogido a uno para salvación, este sea salvo a la fuerza, tanto si cree como si no: en ninguna parte lo representan así las Escrituras. El mismo Dios que predestinó el fin, designó también los medios; el mismo Dios que “escogió para salvación”, decretó que su propósito habría de realizarse a través de la obra del Espíritu y la fe de la verdad. En tercer lugar, que Dios nos haya escogido para salvación, es causa profunda de fervientes alabanzas. Nótese cuán enérgicamente lo expresa el apóstol: Debemos dar gracias a Dios siempre por vosotros, hermanos amados del Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación“. En lugar de retroceder horrorizado ante la doctrina de la predestinación, el creyente, cuando ve esta bendita verdad según se muestra en la Palabra, descubre un motivo sin par de gratitud y acción de gracias, sólo superado por el don inexplicable de la bendita Persona del Redentor.

“Fue él quien nos salvó y nos llamó con santo llamamiento, no conforme a nuestras obras, sino conforme a su propio propósito y gracia, la cual nos fue dada en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo“. (2Tim.1:9), ¡Cuán claro y preciso es el lenguaje de la Sagrada Escritura! Es el hombre quien, con sus palabras, oscurece el consejo. Es imposible presentar el caso más claramente, o más enérgicamente que como se manifiesta aquí. Nuestra salvación no es “conforme a nuestras obras“; es decir, no es debida a nada que haya en nosotros, ni recompensa de algo que nosotros hayamos hecho, sino que es el resultado del propio “intento y gracia” de Dios, gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo. Es por gracia que somos salvos, y en el propósito de Dios esta gracia nos fue otorgada, no solamente antes de que viéramos la luz, o de que Adán cayera, sino aun antes de aquel lejano “principio” de Génesis 1:1; Y en esto se funda el consuelo inexpugnable del pueblo de Dios. ¡Si su elección a sido desde la eternidad durará hasta la eternidad!.

“Elegidos conforme al previo conocimiento de Dios Padre por la santificación del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre” (1Ped.1:2). Nuevamente vemos aquí que la elección del Padre precede a la obra del espíritu Santo en los que son salvos, y a su obediencia por fe. De esta forma, apoyándose en el soberano afecto del Todopoderoso, la elección es preservada por completo de todo intento humano. “el previo conocimiento de Dios el Padre” nos se refiere aquí a su previo conocimiento de todas las cosas, sino a que en la mente de Dios todos los santos estaban eternamente presentes en Cristo. Dios no “previó” que ciertas personas cuando oyeran el Evangelio lo creerían independientemente del hecho de haberlas “designado” para vida eterna“. Lo que el previo conocimiento de Dios vio en todos los hombres fue amor al pecado y odio hacia El. El “previo conocimiento” de Dios está basado en sus propios decretos, según se desprende claramente de Hechos 2:23; “A éste, que fue entregado por el predeterminado consejo y el previo conocimiento de Dios, vosotros matasteis clavándole en una cruz por manos de inicuos“; nótese el orden aquí: primeramente el “predeterminado consejo” (su decreto), y en segundo lugar “y previo conocimiento“. De nuevo en Romanos 8:28,29; “Sabemos que a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conforme a la imagen de su Hijo”, la primera palabra aquí, “sabemos”, nos remite al versículo precedente, que en su última cláusula dice: “a los que son llamados conforme a su propósito“; éstos son los que “antes conoció y predestinó“. Finalmente es necesario indicar que, cuando leemos en la Escritura que Dios “conoce” a ciertas personas, esta palabra se usa en el sentido de conocer con aprobación y amor: “Pero si alguien ama a Dios, tal persona es conocida por él” (1Cor.8:3). A los hipócritas, Cristo dirá un día: “Nunca os conocí“; nunca los amó. “Elegidos según el previo conocimiento de dios Padre” significa, pues, escogidos por El como objeto especial de su aprobación y amor.

Resumiendo las enseñanzas de estos siete pasajes aprendemos: Que Dios “ha designado para vida eterna” a ciertas personas; y que, como consecuencia de su designación, ellos, a su debido tiempo, “creen“. Que la designación para salvación que Dios hace de sus elegidos no se debe a nada bueno ni a mérito alguno en ellos, sino exclusivamente a su “gracia“. Que Dios ha escogido a propósito los objetos más inadecuados para ser los recipientes de sus favores especiales, “a fin de que nadie se jacte delante de Dios“. Que Dios escogió a su pueblo en Cristo antes de la fundación del mundo, no porque fueran santos, sino para que “fuesen santos y sin mancha delante del él“. Que habiendo elegido a muchos para salvación, decretó también los medios por los cuales su eterno consejo había de prevalecer. Que la propia “gracia” por la cual somos salvos nos fue “dada en Cristo Jesús antes de la fundación del mundo” en el propósito de Dios. Que mucho antes de ser efectivamente creados, los elegidos de Dios estaban presentes en su mente, y eran “ya conocidos” por El, es decir, eran objeto definido de su eterno amor.

Antes de pasar a la siguiente división de este capítulo, es conveniente que digamos unas palabras mas respecto a las personas objeto de la gracia de la predestinación. Volvemos a este terreno, porque es en esta punto donde la doctrina de la soberanía de Dios en la predestinación de ciertos individuos para salvación es más frecuentemente atacada. Los que pervierten esta verdad procuran invariablemente hallar alguna causa aparte de la voluntad de Dios que lo mueva a conceder la salvación a los pecadores. Se atribuye a la criatura una cosa u otra que le dé derecho a recibir misericordia de manos del Creador. Volvemos entonces a la pregunta: ¿Por qué escogió Dios a quienes escogió?

¿Qué había en los propios elegidos para que atrajeran a ellos el corazón de Dios? ¿Fue porque poseían ciertas virtudes?, ¿porque tenían corazones generosos, temperamento apacible, hablar sincero? Resumiendo, ¿los escogió Dios porque eran “buenos“? No; pues nuestro Señor dijo: “Hay uno solo que es bueno, Dios” (Mat.19:17). ¿Fue a causa de alguna buena obra que hubiesen hecho? No; pues está escrito: “No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Rom.3:12). ¿Fue porque demostraron interés y celo en buscar a Dios? No; pues también está escrito: “No hay quien busque a Dios” (Rom.3:11). ¿Fue porque Dios previó que creerían? No; pues, como pueden creer en Cristo los que están “muertos en delitos y pecados“? ¿Cómo podía Dios conocer previamente que algunos hombres serían creyentes, cuando la fe era imposible para ellos? La Escritura declara que “Creemos por la gracia” (Hech.18:27, versión revisada 1960). La fe es el don de Dios, y fuera de este don nadie creería. La causa de Su elección, pues, se fundamenta en El y no en los objetos elegidos. Escogió a quienes escogió simplemente porque decidió escogerlos.

“Hijos somos por divina elección, Los que en Cristo Jesús salvados fuimos; Por eterno designio e intención La gracia soberana recibimos. ¡Tu amor, Señor, y tu misericordia Otorgan a la vez favor y gloria!” (De The Gospel Magazine,1777)

2. La soberanía de Dios Hijo en la salvación.

¿Por quién murió Cristo? Seguramente no hace falta argumentar sobre el hecho de que el Padre tenía un propósito concreto al entregarlo a la muerte, o que Dios Hijo tenía un designio definido ante El al poner su vida: “dice el Señor que hace estas cosas, que son conocidas desde la eternidad” (Hech.15:18). ¿Cuál era, pues, el propósito del Padre y el designio de Hijo? Respondemos: Cristo murió por “los escogidos de Dios“.

No olvidemos el hecho de que el designio limitado en la muerte de Cristo ha sido tema de muchas controversias -¿hay alguna gran verdad revelada en la Escritura que no lo haya sido?-. Ni olvidemos tampoco que todo lo que está relacionado con la persona y la obra de nuestro bendito Señor ha de ser tratado con la máxima reverencia, y que un “Así dice Jehová” ha de ser usado en apoyo de todas las afirmaciones que hagamos. Nuestra apelación será a la Ley y el Testimonio.

¿Por quién murió Cristo? ¿Quienes eran aquellos quienes se propuso redimir en el derramamiento de Su sangre? No hay duda de que El Señor Jesús tenía un designio absoluto en El cuando fue a la cruz. Si lo tenía, se deduce por necesidad que el alcance abarcado por dicho propósito tenía un límite, pues una determinación o propósito absoluto de Dios es preciso que se cumpla. Si la determinación absoluta de Cristo abarcara a toda la humanidad, entonces toda la humanidad ciertamente se salvaría. Para escapar a esta inevitable conclusión, muchos han afirmado que no había tal determinación absoluta ante Cristo, que en su muerte se hizo una mera provisión condicional de salvación para toda la humanidad. La refutación de semejante afirmación se halla en las promesas hechas por el Padre a su Hijo antes que él fuera a la cruz, más aún, antes de su encarnación. Las escrituras del Antiguo Testamento presentan al Padre prometiendo al Hijo cierta recompensa por sus sufrimientos en sustitución por los pecadores. Al llegar a este punto nos limitaremos a una o dos declaraciones registradas en el conocidísimo capítulo 53 de Isaías. Allí encontramos que la Palabra dice: “Cuando se haya puesto su vida como sacrificio por la culpa, verá descendencia. Vivirá por días sin fin, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. A causa de la angustia de su alma, vera la luz y quedará satisfecho. Por su conocimiento mi siervo justo justificará a muchos” (vs.10 y 11). Sin embargo, aquí debemos detenernos y preguntar: ¿Cómo podría ser cierto que Cristo “verá descendencia” y que “A causa de la angustia de su alma, verá la luz y quedará satisfecho”, a menos que la salvación de ciertos miembros de la raza humana hubiera sudo divinamente decretada y por tanto fuera segura? ¿Cómo podría ser cierto que Cristo “justificaría a muchos”, si no había una provisión efectiva de que algunos le recibirían como su Salvador? Por otro lado, insistir en que el Señor Jesús se propuso realmente la salvación de toda la humanidad, es acusarle de aquello que ningún ser humano inteligente debe cometer, por ejemplo proponerse algo que en virtud de su omnisciencia sabía que nunca ocurriría. Por ello, la única alternativa que nos queda es que, en lo referente al propósito predeterminado de su muerte, Cristo murió solamente por los elegidos. Resumiéndolo en una frase, que esperamos será inteligible para todo lector, diremos que Cristo no murió para hacer posible la salvación de toda la humanidad, sino para hacer segura la salvación de todos los que el Padre le ha dado. Cristo murió, no simplemente para hacer que los pecados fuesen perdonables, sino “para quitar el pecado” mediante el sacrificio de sí mismo” (Heb.9:26).

1.- El designio limitado de la expiación se deduce, necesariamente, de la elección eterna de ciertos individuos para salvación hecha por el Padre. Las Escrituras nos cuentan que, antes que el Señor se encarnara, dijo: “¡Heme aquí para hacer, oh Dios tu voluntad!” (Heb.10:7), y después de haberse encarnado declaró: “Porque yo he descendido del cielo, no para hacer la voluntad mía, sino la voluntad del que me envió” (Juan 6:38). Por tanto, si Dios desde el principio había escogido a ciertas personas para salvación, se concluye que, por estar la voluntad de Cristo de perfecto acuerdo con la voluntad del Padre, no procuraría ampliar su elección. Lo que acabamos de decir no es simplemente una deducción meritoria nuestra, sino que está en estrecha armonía con las enseñanzas explícitas de la Palabra. Una y otra vez nuestro Señor se refirió aquellos que el Padre le había “dado” y por los cuales tenía especial interés. Así dijo: “Todo lo que el Padre me da vendrá a mi, y al que a mi viene, jamás le echaré fuera. Y ésta es la voluntad del que me envió : que yo no pierda nada de todo lo que me ha dado, sino que lo resucite en el día final” (Juan 6:37,39). Y asimismo: “Jesús habló de estas cosas, y levantando los ojos al cielo, dijo: <Padre, la hora ha llegado. Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti. He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste. Tuyos eran, y me los diste; y han guardado tu palabra…Yo ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que me has dado; porque tuyos son. Padre quiero que donde yo esté, también estén conmigo aquellos que me has dado, para que vean mi gloria que me has dado, porque me has amado desde antes de la fundación del mundo>” (Juan 17:1,2,6,9,24). Antes de la constitución del mundo, el Padre predestinó un pueblo para ser hecho conforme a la imagen de su Hijo, y la muerte y resurrección del Señor Jesús tuvo por objeto llevar a cabo el propósito divino.

2.-La propia naturaleza de la expiación demuestra que, en su aplicación a los pecadores, estaba limitada en el propósito de Dios. La expiación de Cristo puede considerarse desde dos puntos de vista principales: para con Dios y para con el hombre.. Para con Dios, la obra de Cristo en la cruz fue una propiciación, un aplacamiento de la ira divina, una satisfacción dada a la justicia y a la santidad divinas. Para con el hombre, fue una sustitución, por la que el inocente tomó lugar del culpable, por la que el justo murió por el injusto. Sin embargo una estricta sustitución por la que una persona ocupa el lugar de otras y recibe voluntariamente el castigo le da, por parte del sustituto y por parte de aquel que ha de ser propiciado, el reconocimiento concreto de las personas por las que dicho sustituto actúa, cuyos pecados lleva, y cuyas obligaciones legales cumple. Y si el legislador acepta la satisfacción que el sustituto hace, aquellos en cuyo lugar el sustituto actúa, cuyo lugar El ocupa, han de ser necesariamente absueltos. Si estoy en deuda y no puedo pagarla, y otro se presenta y paga a mi acreedor todo el importe, y se le entrega un recibo que así lo declara, a ojos de la ley mi acreedor ya no tiene derecho alguno sobre mí. En la cruz, el Señor Jesús se dio en rescate, y la tumba vacía tres días después dio testimonio de que este rescate había sido aceptado por Dios.. El asunto que deseamos plantear aquí es: ¿Por quién fue ofrecido este rescate? Si fue ofrecido por toda la humanidad, la deuda en que todo hombre ha incurrido ha quedado saldada. Si Cristo llevó en su propio cuerpo en el madero los pecados de todos los hombres sin excepción, ninguno perecerá. Si Cristo fue “hecho maldición” por toda la raza de Adán, ninguno será finalmente condenado. “Dios no puede exigir el pago dos veces, primero de la mano de mi Sustituto agonizante, y más tarde de la mía“. Pero Cristo no satisfizo la deuda de todos los hombres sin excepción; hay algunos que serán “echados en prisión“2 (comp. 1Ped.3:19 donde aparece la misma palabra griega para “prisión“), y “jamás saldrás de allí hasta que pagues el último cuadrante” (Mat.5:26), lo cual jamás ocurrirá. Cristo no llevó los pecados de toda la humanidad, pues hay algunos que “mueren en su pecado” (Juan 8:21), y cuyo “pecado permanece” (Juan 9:41). Cristo no fue “hecho maldición” por toda la raza de Adán, pues hay algunos a quienes dirá: “apartaos de mi, malditos” (Mat.25:41). Decir que Cristo murió por todos sin excepción, decir que se hizo sustituto y fiador de toda la raza humana, decir que padeció en lugar de toda la humanidad y en favor de ella, es decir que “llevó la maldición de muchos que ahora la llevan personalmente; que padeció el castigo por muchos que ahora levantan sus ojos en el infierno, estando en tormentos; que pagó el precio de la redención por muchos que, sin embargo, aún pagarán en su propia angustia eterna “la paga del pecado, que es muerte” (G.S.Bishop). Debemos decir, como dice la Escritura, que Cristo fue herido por las transgresiones del pueblo de Dios, decir que dio su vida por las ovejas, que dio su vida en rescate por muchos, es decir que el realizo una expiación que expía plenamente; que pagó un precio que rescata eficazmente; que fue puesto como propiciación que realmente propicia; y que es un Salvador que en verdad salva.

3.-Íntimamente relacionada con lo que acabamos de decir, es Dios” y en confirmación de ello, está la enseñanza de la escritura referente al sacerdocio de nuestro Señor. Sabemos que Cristo intercede ahora como Gran Sumo Sacerdote. Pero ¿por quién intercede?; por toda la raza humana, o solamente por su propio pueblo? La respuesta que el Nuevo Testamento da a esta pregunta es tan clara como un rayo de sol. Nuestro Salvador ha entrado en el cielo personalmente “para presentarse ahora por nosotros en la presencia de Dios” (Heb.9:24), es decir, por los que son “participantes del llamamiento celestial” (Heb.3:1). Y asimismo está escrito: “Por esto también puede salvar por completo a los que por medio de El se acercan a Dios, puesto que vive para siempre para interceder por ellos.” (Heb.7:25). Esto concuerda estrictamente con el tipo del Antiguo Testamento. Después de dar muerte al animal del sacrificio, Aarón entraba en el lugar Santísimo como representante del pueblo de Dios: eran los nombres de las tribus de Israel los que estaban grabados en su pectoral, y era representando los intereses de ellos que aparecía delante de Dios. Con esto concuerdan las palabras de nuestro Señor en Juan 17:9: “Yo ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que me has dado; porque tuyos son“. Otro texto que merece cuidadosa atención en este aspecto se haya en Romanos 8. En el versículo 33 se formula la siguiente pregunta: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios?; y a continuación sigue la respuesta inspirada: “El que justifica es Dios“. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún. el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros“. ¡Nótese particularmente que la muerte e intercesión de Cristo tiene un mismo objeto! Como fue en el tipo, también es el antitipo: la expiación y la súplica son coextensivas. Por tanto, si Cristo intercede sólo por los escogidos, y “no por el mundo”, es que murió solamente por ellos.

4.- El número de los que comparten los beneficios de la muerte de Cristo está determinado, no solamente por la naturaleza de la expiación y el sacerdocio de Cristo, sino también por su poder. Si se reconoce que Aquél que murió en la cruz era Dios manifestado en carne, se deduce de modo inevitable que Cristo llevaría a cabo su intento; que lo que se propuso lo logrará; que conseguirá aquello en que puso su voluntad y ánimo. Si el Señor Jesús posee toda potestad en los cielos y en la tierra, nadie puede entonces resistir eficazmente a Su voluntad. Quizá se diga: Esto es cierto en sentido abstracto, pero Cristo se niega a ejercer este poder, ya que jamás forzará a nadie a recibirle como Salvador. En cierto sentido esto es verdad, pero en otro es positivamente falso. La salvación de cualquier pecador entra, a pesar de todo, dentro de la esfera del poder divino. Por naturaleza, el pecador está enemistado con Dios, y nada sino el poder divino actuando en él puede vencer esta enemistad; por esto está escrito: “Nadie puede venir a mi, a menos que el Padre que me envió lo traiga” (Juan 6:44). Es el poder divino venciendo la enemistad innata del pecador lo que hace que este quiera venir a Cristo para tener vida. Mas esta enemistad no es vencida en todos; ¿por qué? ¿Es acaso porque la enemistad es demasiado rebelde para ser superada? ¿Hay quizá corazones tan endurecidos contra Cristo, que El es incapaz de forzar la entrada? Responder en sentido afirmativo sería negar su omnipotencia. En último análisis no es cuestión de que el pecador quiera o no quiera, pues por naturaleza ninguno quiere. El querer venir a Cristo es el resultado final del poder divino actuando en el corazón y la voluntad del hombre, y venciendo la enemistad” humana inherente y crónica, como está escrito: “En el día de tu poder, tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en la hermosura de la santidad” (Sal.110:3). Decir que Cristo no puede ganar para si a los que no quieren es negar que le ha sido dada toda potestad en los cielos y en la tierra. Decir que Cristo no puede usar su poder sin destruir la responsabilidad del hombre, es dar por sentado lo discutible, pues El ha usado este poder suyo y ha hecho que quisieran los que han venido a El. Y si hizo esto sin destruir su responsabilidad, ¿por qué “no puede” hacerlo con otros? Si puede ganar el corazón de un pecador para sí, ¿por qué no el de otro? Decir, como generalmente se hace que los otros no le dejan es poner en tela de juicio Su suficiencia. Todo esto es cuestión de Su voluntad. Si el Señor Jesús ha decretado, deseado, resuelto la salvación de toda la humanidad, es que toda la raza humana será salva, pues de lo contrario, carecería del poder suficiente para hacer que se cumpliesen Sus propósitos; y en tal caso, nunca podría decirse “A causa de la angustia de su alma, verá luz y quedará satisfecho“. La cuestión que se debate afecta a la Deidad misma del Salvador, pues un Salvador derrotado no puede ser Dios.

Habiendo repasado algunos de los principios generales que exigen que creamos que la muerte de Cristo fue limitada en su designio, pasamos ahora a considerar algunas de las declaraciones explícitas de la Escritura que lo afirma de modo expreso. En aquel maravilloso e incomparable capitulo 53 de Isaías, Dios nos dice en relación a Su Hijo “Por medio de la opresión y del juicio fue quitado. Y respecto a su generación, ¿quién la contará?. Porque él fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la transgresión de mi pueblo fue herido” (v.8). En perfecta armonía con esto fue la palabra del ángel a José” y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mat.1:21), es decir, no únicamente a Israel, sino a todos los que el Padre le había “dado“. Nuestro Señor declaró: “El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Mat.20:28) Pero ¿por qué se dice “por muchos”, si todos sin excepción están redimidos? Fue a “Su pueblo” a quien “redimió” (Luc.1:68). Fue por “las ovejas”, y no por “los cabritos”, que el Buen Pastor dio Su vida (Juan 10:11). Fue la “Iglesia de Dios” lo que compró con Su propia sangre (Hech.20:28).

Si hay un texto en que especialmente desearíamos basar esta posición es el de Juan 11:49-52. Se nos dice que “Caifás, uno de ellos, sumo pontífice aquel año, les dijo: <Vosotros no sabéis nada, no consideráis que os conviene que un solo hombre muera por el pueblo, y no que perezca toda la nación>. Pero esto no lo dijo de sí mismo; sino que, como era el sumo sacerdote de aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación, y no solamente por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban esparcidos“. Se nos dice aquí que Caifás ” no lo dijo de sí mismo” -es decir, como en tiempos del Antiguo Testamento (véase 2Ped.1:21)-, su profecía no tenía su origen en él, sino que habló siendo movido del Espíritu Santo; de esta manera, el valor de lo que dijo queda cuidadosamente preservado, y garantizada la procedencia divina de esta revelación. Además, se nos declara aquí concretamente que Cristo murió por “aquella nación”, es decir, Israel, y también por el Un Cuerpo, Su Iglesia, pues es en la Iglesia que los hijos de Dios (“derramados” entre las naciones) están siendo ahora “juntados en uno“. ¿Y no es notable que los miembros de la Iglesia sean aquí llamados “hijos de Dios” aun antes que Cristo muriese, y por tanto antes de que comenzara a edificar Su Iglesia? La inmensa mayoría de ellos aún no habían nacido, pero eran considerados como “hijos de Dios“; hijos de Dios porque habían sido escogidos en Cristo antes de la fundación del mundo, y por tanto “predestinados para ser adoptados hijos por Jesucristo mismo” (Ef.1:4,5). De manera semejante, Cristo dijo: “Tengo (no dice “tendré“) otras ovejas que no son de este redil” (Juan 10:16).

Si hubo un momento en que el verdadero designio de la Cruz llenaba de manera suprema el corazón y las palabras de nuestro bendito Salvador, fue durante la última semana de su ministerio en la tierra. ¿Qué dicen, pues, los textos que tratan de esta porción de su ministerio en relación con lo que estamos estudiando? Dicen: “sabiendo Jesús que había llegado su hora para pasar de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Juan 13:1). “Por ellos yo me santifico a mi mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad” (Juan 17:19); lo cual significa que, por causa de los suyos, los que el Padre le había “dado”, se separó para la muerte en la cruz. Uno desea preguntar: ¿Por qué tal distinción de términos si Cristo murió por todos los hombres sin discriminación?.

Antes de concluir esta sección del presente capitulo consideraremos brevemente unos cuantos de aquellos pasajes que más enérgicamente parecen enseñar un designio ilimitado en la muerte de Cristo. En 2Corintios 5:14 leemos: “Uno murió por todos“. Pero esto no es todo lo que la porción afirma. Si se examina cuidadosamente el versículo y todo el pasaje de donde se citan estas palabras, se descubrirá que, en vez de enseñar una expiación ilimitada, constituye un enfático argumento de que hay un designio ilimitado en la muerte de Cristo. El versículo entero dice: “Porque el amor de Cristo nos impulsa, considerando esto: que uno murió por todos; por consiguiente, todos murieron“. Conviene indicar que en el texto griego hay un artículo determinado antes del último “todos”, y que el verbo aquí está en tiempo aoristo y por tanto debe decir: “Considerando esto, que uno murió por todos; por consiguiente, todos murieron“. El apóstol está aquí sacando una conclusión, según se deduce de las palabras “considerando esto“: Que si…luego todos…” Lo que quiere decir que aquellos por quienes uno murió son considerados, judicialmente, como habiendo muerto también. El versículo siguiente prosigue diciendo: “Y el murió por todos para que los que viven ya no vivan más para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos“. No solamente murió, sino que “resucitó”, cosa que también hicieron “todos” aquellos por quienes murió, pues aquí se dicen que “viven“. Aquellos en lugar de quienes un sustituto actúa son considerados legalmente como si actuasen ellos en persona. Ante la ley, el sustituto y aquellos a quienes representa son una misma cosa. Así es a los ojos de Dios. Cristo fue identificado con su pueblo y su pueblo fue identificado con El; por lo cual, cuando El murió, ellos murieron (judicialmente), y cuando resucitó, ellos resucitaron también. Pero además se nos dice en este pasaje (v.17) Que si algunos está en Cristo, nueva criatura es; ha recibido una nueva vida, no sólo ante los ojos de la ley, sino también efectivamente; por lo cual, los “todos” por quienes Cristo murió reciben aquí el mandato de vivir en adelante no ya para sí, “mas para aquel que murió y resucitó por ellos“. Dicho de otro modo, los que pertenecen a este “todos”, por quienes Cristo murió, son exhortados aquí a manifestar prácticamente en sus vidas diarias lo que ahora son ante la ley: han de vivir “para Cristo que murió por ellos“. Así se nos define el “uno murió por todos“. Los todos por quienes Cristo murió son “los que viven”, y a quienes aquí se manda que vivan “para El“. Este pasaje enseña, pues, tres verdades importantes que, para mejor mostrar su alcance, mencionaremos en orden inverso: se exhorta aquí a ciertas personas a no vivir ya para ellas sino para Cristo. Aquellos a quienes va dirigida esta exhortación son “los que viven”, es decir, viven espiritualmente, o sea a los hijos de Dios, pues únicamente ellos de entre toda la humanidad, poseen vida espiritual, estando los demás muertos en delitos y pecados. Los que en verdad así viven son aquellos,, “los todos”, por quienes Cristo murió y resucitó. Este pasaje enseña, por tanto, que Cristo murió por todo su pueblo, los escogidos, los que el Padre le Dios. Que como resultado de Su muerte (resurrección “por ellos“), “viven” (SIENDO LOS ESCOGIDOS LOS únicos que “viven” realmente de esta manera); y que esta vida que ya tienen a través de Cristo ha de ser vivida “para El“; el amor de Cristo debe ahora “impulsarles“.

“Porque hay un Dios, asimismo un mediador entre Dios y los hombres (no dice “el hombre”, pues esto habría sido un término general y significado la humanidad. ¡Qué precisión la de la Sagrada Escritura), Jesucristo hombre“; “quién se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo” (1Tim.2:5,6). Lo que quisiéramos comentar ahora son las palabras “quién se dio a sí mismo en rescate por todos“. En la Biblia la palabra “todos” (cuando se aplica a la humanidad) se emplea en dos sentidos: absoluto y relativo. En algunos pasajes significa todos sin excepción; en otros significa todos sin distinción. El contexto y la comparación con textos paralelos son los que han de decidir cuál de estos significados tiene en un pasaje dado. El hecho de que la palabra “todos” se usa en un sentido relativo y restringido, y en tal caso significa todos sin distinción y no todos sin excepción, se deduce claramente de cierto número de textos, entre los cuales escogemos dos o tres como muestra. “Y salía a él toda la provincia de Judea y todos los de Jerusalén; y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando su pecados” (Mar.1:5). ¿Significa esto que todo hombre, mujer y niño de “toda la provincia de Judea, y los de Jerusalén” eran bautizados por Juan en el Jordán? Claro que no. Lucas 7:30 dice claramente: “Pero los fariseos y los intérpretes de la ley rechazaron el propósito de Dios para ellos, no siendo bautizados por él“. Entonces, ¿qué significa “y eran todos bautizados por él? Respondemos que no significa todos sin excepción, sino todos sin distinción, es decir, toda clase de hombres. La misma explicación se aplica a Lucas 3:21. Leemos ahora: “Y por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo venía a él; y sentado les enseñaba” (Juan 8:2) ¿hemos de entender esta expresión absoluta o relativamente? ¿Significa “todo el pueblo” todos sin excepción, o todos sin distinción, es decir, toda clase de personas? Evidentemente lo segundo ya que el templo no podía acomodar a todos los que estaban en Jerusalén en aquel momento, o sea en la Fiesta de los Tabernáculos. Asimismo leemos en Hechos 22:15: “Porque serás testigo suyo ante los todos hombres de lo que has visto y oído“. Evidentemente “todos los hombres” no significa aquí todos los miembros de la raza humana. Afirmemos, pues, que las palabras “quién se dio a sí mismo en rescate por todos” (1Tim.2:6), significan todos sin distinción, y no todos sin excepción. El se dio a sí mismo en precio del rescate por todas las nacionalidades, de todas las generaciones, de todas las clases, en resumen por todos los elegidos, según leemos en Apocalipsis 5:9; “Porque tu fuiste inmolado y con tu sangre has redimido para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación“. El hecho de que esto no es una definición arbitraria del “todos” de nuestro pasaje se demuestra en Mateo 20:28, donde leemos: “De la misma manera, el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos”, limitación que carecería por completo de significado si El se hubiera dado a sí mismo en precio del rescate por todos sin excepción. Además, han de tenerse en cuenta aquí las palabras que limitan “de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo“. Si Cristo se dio a sí mismo en precio del rescate por toda la raza humana, ¿en qué sentido será esto “testimonio a su debido tiempo”, si multitud de hombres se perderán, de cierto, eternamente?. Pero si nuestro texto significa que Cristo se dio a sí mismo en precio del rescate por los escogidos de Dios, por todos sin distinción de nacionalidad, posición social, moralidad, edad o sexo, entonces, el significado de estas palabras calificativas es perfectamente inteligible, pues “a su debido tiempo” esto será “testimonio” en la salvación real y efectiva de cada uno de ellos.

“Sin embargo, vemos a Jesús, quien por poco tiempo fue hecho menor que los ángeles, coronado de gloria y honra por el padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos” (Heb.2:9). Este pasaje no ha de detenernos mucho tiempo. En el texto griego, la frase está expresada en forma abstracta; “todos” no quiere decir “todos los hombres”, pues no hay ninguna palabra que corresponda a “hombre“. Algunos suponen que debería decir “todas las cosas” (es decir: “gustó la muerte por todas las cosas“), pero consideramos que esto sería una equivocación. Nuestra opinión es que las palabras que siguen a continuación explican nuestro texto: “Porque le convenía a Dios -por causa de quien y por medio de quien son todas las cosas- perfeccionar al Autor de la salvación de ellos“. Aquí el apóstol habla de “hijos”, y nosotros sugerimos la elipsis3 de la palabra “hijos” de la siguiente manera: “Gustó la muerte por todos”, añadiéndose a continuación “los hijos” en bastardilla. Así, en vez de enseñar el designio ilimitado en la muerte de Cristo, (Heb.2:9,10). Está en perfecto acuerdo con las demás porciones que hemos citado, y que ponen de relieve el propósito restringido de la expiación: fue por los “hijos” y no por la raza humana que nuestro Señor “gustó la muerte“.

Al terminar esta sección del presente capítulo, digamos que la única limitación en la expiación por la cual hemos contendido, es la limitación que procede de la soberanía pura, una limitación, no de valor y virtud, sino de designio y aplicación. Pasemos ahora a considerar…

1. La soberanía del Espíritu Santo en la salvación.

Puesto que el Espíritu Santo es una de las tres personas de la bendita Trinidad, se refiere necesariamente que simpatiza plenamente con la voluntad y el designio de las otras Personas de la Divinidad. El propósito eterno del Padre en la elección, el designio limitado en la muerte del Hijo, el alcance restringido de las operaciones del Espíritu Santo, concuerdan perfectamente. Si el Padre escogió a ciertas personas antes de la fundación del mundo y las dio a su Hijo, y si fue por ellas precisamente que Cristo se dio a sí mismo en precio de rescate, el Espíritu Santo no va a estar ahora actuando para “traer el mundo a Cristo“. La misión del Espíritu Santo en el mundo hoy es aplicar los beneficios del sacrificio redentor de Cristo. El asunto que ahora va a ocuparnos no es la extensión del poder del Espíritu Santo (sobre este punto no puede caber la menor duda de que es infinito); lo que procuraremos demostrar es que su poder y operaciones son dirigidos por la sabiduría y la soberanía divinas.

Acabamos de decir que el poder y las operaciones del Espíritu Santo son dirigidas por la sabiduría divina y su soberanía indiscutible. En prueba de esta afirmación, apelamos primeramente a las palabras de nuestro Señor a Nicodemo en Juan 3:8. “El viento de donde quiere sopla, y oyes su sonido; mas ni sabes de donde viene, ni a donde vaya: así es todo aquel que es nacido del Espíritu“. La comparación es doble: PRIMERAMENTE: Ambos son soberanos en sus acciones; y EN SEGUNDO LUGAR: ambos son misteriosos en sus operaciones.

La comparación se indica en la palabra “así“. El primer punto de comparación se observa en las palabras “donde quiere” o “gusta“; y el segundo se halla en las palabras “no sabes“. Como este último no es el que ahora interesa, pasaremos inmediatamente a considerar el primero. “El viento de donde quiere sopla… así es todo aquel que es nacido del Espíritu“.

El viento es un elemento que el hombre no puede sujetar ni detener. El viento no consulta la voluntad del hombre ni puede ser regulado por sus inventos. El viento sopla cuando quiere, donde quiere y como quiere. El viento es controlado por la sabiduría divina, pero, en lo que afecta al hombre, es absolutamente soberano en sus operaciones. Así sucede con el Espíritu. A veces el viento sopla tan suavemente que apenas mueve una hoja, mientras en otras ocasiones lo hace con tal violencia que su rugido puede oírse en la lejanía. Lo mismo ocurre con el nuevo nacimiento: en algunos casos el Espíritu Santo procede tan apaciblemente, que su obra es imperceptible para los espectadores humanos; en otros, su acción es tan poderosa, radical y revolucionaria, que sus operaciones son manifiestas a muchos. A veces el viento es puramente local en su alcance; en otras ocasiones su fuerza azota vastas áreas. Así es con el Espíritu: Hoy actúa en una o dos almas, mañana, como en Pentecostés, puede contristar el corazón de toda una multitud.. Pero ya actúa en pocos o en muchos, no consulta a hombre alguno. Actúa como desea. El nuevo nacimiento es debido a la voluntad soberana del Espíritu.

Cada una de las tres Personas de la bendita Trinidad tiene que ver con nuestra salvación: con el padre, la predestinación; con el Hijo, la propiciación; con el Espíritu, la regeneración. El Padre nos escogió; el Hijo murió por nosotros; el Espíritu nos da vida. El Padre pensó en nosotros; el Hijo derramo su sangre por nosotros, el Espíritu efectúa su obra dentro de nosotros. Es de la obra del Espíritu Santo que nos estamos ocupando ahora; de su obra en el nuevo nacimiento, y particularmente de sus operaciones soberanas en este hecho. El Padre quiso nuestro nuevo nacimiento; el Hijo lo hizo posible (por su “trabajo“); pero es el Espíritu quien lo llevó a cabo para que “sea nacido del Espíritu” (Juan 3:6).

El nuevo nacimiento es exclusivamente obra de Dios Espíritu Santo, y el hombre no tiene arte ni parte en su hecho. Esto se debe a la misma naturaleza del caso. El nacimiento excluye totalmente la idea de un esfuerzo o trabajo por parte del que nace. Personalmente no tenemos que ver con nuestro nacimiento espiritual mucho más que lo que tuvimos con el natural. El nuevo nacimiento es una resurrección espiritual, un “pasar de muerte a vida” (Juan 5:24), y, evidentemente, la resurrección está totalmente fuera del dominio del hombre. Un cadáver no puede reanimarse a si mismo, por lo cual está escrito: “El Espíritu, es el que da vida; la carne nada aprovecha” (Juan 6:63). Pero el Espíritu no “da vida” a todo el mundo; ¿por qué?. La respuesta que suele darse a esta pregunta es: Porque no todo el mundo pone su confianza en Cristo. Se da por sentado que el Espíritu Santo da vida solamente a los que creen. Pero esto es poner el carro antes que el caballo. La fe no es la causa del nuevo nacimiento, sino la consecuencia del mismo. Esto no debiera precisar de argumentaciones. La fe (en dios) es una planta exótica, algo que no se da en el corazón del hombre. Si la fe fuese producto natural del corazón, ejercicio de un principio común a la naturaleza humana, jamás se habría escrito “No es de todos la fe” (2Tes.2:3). La fe es una gracia espiritual, y puesto que los no regenerados están espiritualmente muertos, “muertos en delitos y pecados”, se sigue la imposibilidad de que la fe proceda de ellos, pues un hombre muerto no puede creer nada. “Así que, los que están en la carne no pueden agradar a Dios” (Rom.8:8); pero podrían, si fuera posible que la carne creyera. Con este texto que acabamos de citar compárese Hebreos 11:6. “Y sin fe es imposible agradar a Dios“. ¿Puede Dios “agradarse” o estar satisfecho con algo que no tenga su origen en Sí mismo?.

El hecho de que la obra del Espíritu Santo precede a nuestra fe lo determina sin que podamos llamarnos a engaño 2Tes.2:13: “De que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, por la santificación del Espíritu y fe en la verdad“. Nótese que “santificación del Espíritu” viene primero y hace posible la “fe en la verdad“. ¿Qué es, pues, la “santificación del Espíritu“? Respondemos: El nuevo nacimiento. En la Escritura, la “santificación” significa siempre “separación”, separación de algo y hacia algo o hacia alguien. Ampliemos ahora nuestra afirmación de que la “santificación del Espíritu” corresponde al nuevo nacimiento e indica el efecto de éste en cuanto a la posición de uno.

He aquí un siervo de Dios que predica el Evangelio a una congregación en la que hay un centenar de personas no salvas. Les presenta su estado de ruina y perdición según lo declara la Escritura; les habla de Dios, de Su carácter y de Sus justas exigencias; les explica que Cristo las satisface, que el Justo muere por el injusto, y les declara que por “este hombre” se predica ahora el perdón de los pecados. Termina insistiendo a los perdidos a que crean lo que Dios ha dicho en Su Palabra y reciban a su Hijo como único y suficiente Salvador. Ya acabó la reunión; la congregación se dispersa; noventa y nueve de los no salvos han rehusado venir a Cristo para que tengan vida, y salen hacia la noche sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero uno de los inconversos, el que completa los cien, ha oído la Palabra de vida; la simiente sembrada ha caído en terreno que había sido preparado por Dios; cree las Buenas Nuevas, y va a su casa gozándose en que su nombre está escrito en los cielos. “Ha nacido de nuevo”, y exactamente como un bebé recién nacido en el mundo natural, empieza su vida agarrándose instintivamente, en su impotencia, a su madre; así, esta alma recién nacida se ha aferrado a Cristo. De la misma manera que leemos: “Abrió el Señor” el corazón de Lidia “para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” (Hech.16:14), así, en el caso que hemos supuesto, el Espíritu Santo dio vida a este pecador antes de que creyera el mensaje del Evangelio4. He aquí , pues, la “santificación del Espíritu“: esta alma que ha nacido de nuevo, en virtud de su nuevo nacimiento ha sido separada de las otras noventa y nueve. Los nacidos de nuevo son apartados por el Espíritu de los que están muertos en delitos y pecados. Pero continuemos con 2Tes.2:13: “Pero nosotros debemos dar gracias a Dios siempre por vosotros, hermanos amados del Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, por la santificación del Espíritu y fe en la verdad“. El orden que siguen aquí los pensamientos es importantísimo y muy instructivo. Primeramente, la elección eterna de Dios; en segundo lugar, la santificación del Espíritu; y en tercer lugar, fe en la verdad. Precisamente se hayan en el mismo orden que en 1Ped.1:2: “elegidos conforme el previo conocimiento de Dios Padre por la santificación del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre“. Damos por sentado que la “obediencia” aquí es la “obediencia de la fe” (Rom.1:5), que se apropia las virtudes de la sangre derramada del Señor Jesús. Vemos, pues, que antes de la “obediencia” (de la fe, véase Heb.5:9), viene la obra del Espíritu que nos aparta, y antes aún, y como origen, la elección de Dios Padre. Los “santificados del espíritu” serán, pues, aquellos a quienes “Dios haya escogido desde el principio para salvación” 2Tes.2:13), los “elegidos” según la presciencia de Dios padre” (1Ped.1:2).

El Espíritu Santo es soberano en sus operaciones, y su misión salvadora se limita a los escogidos de Dios: éstos son a quienes El “consuela”, “sella”, guía a toda verdad, y a quienes muestra las cosas que han de venir.5 La obra del Espíritu es necesaria para el cumplimiento total del propósito eterno de Dios. Hablando hipotéticamente (presuponiendo), pero con reverencia, Si Dios no hubiese hecho más que entregar a Cristo a la muerte por los pecadores, ni uno solo se salvaría jamás. Para que un pecador vea la necesidad que tiene de un Salvador y quiera recibir al Salvador que necesita, se precisa indispensablemente, sobre él y en él, la obra del Espíritu Santo. Si Dios no hubiera hecho más que entregar a Cristo a la muerte por los pecadores, y luego enviar a sus siervos a proclamar la salvación por Cristo, dejando que los pecadores de por sí la aceptaran o rechazaran según ellos quisieran, todos la habrían rechazado; porque en lo íntimo todos los hombres odian a Dios y están en enemistad con El (Rom.8:7). Por consiguiente, es necesario que haya una obra del Espíritu Santo para traer al pecador a Cristo, para vencer su oposición natural, y para inducirle a aceptar la provisión que Dios ha hecho. Por naturaleza, los elegidos de Dios son hijos de ira como los demás (Ef.2:3), y como tales, sus corazones están enemistados con Dios. Pero esta “enemistad” de ellos es vencida por el Espíritu, y como consecuencia de Su obra regeneradora creen en Cristo. ¿No es, pues, evidente que la razón de que otros sean dejados fuera del reino de Dios no es solamente porque no quieren entrar, sino también porque el Espíritu Santo no ha procedido así con ellos? ¿No es manifiesto que el Espíritu Santo es soberano en el ejercicio de su poder, y que así como el viento “de donde quiere sopla” también el Espíritu Santo actúa donde quiere?.

En resumen: Hemos procurado demostrar la perfecta armonía de los caminos de Dios: que cada una de las Personas de la Divinidad actúa de acuerdo con las Demás. Dios Padre eligió a unos para salvación, Dios Hijo murió por los escogidos, y Dios Espíritu Santo los vivifica. Bien podemos cantar:

“Load a Dios que derrama bendición a raudales; Loadle tierra toda, alzad un canto; Loadle todas huestes celestiales; Load al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.”

Alejandro Riff