¿PECADO REPETITIVO? ¡EL DELEITE EN DIOS ALEJA EL PECADO!

¿PECADO REPETITIVO? ¡EL DELEITE EN DIOS ALEJA EL PECADO!

Muchos cristianos piensan que el éxito en la lucha contra el pecado es sólo cuestión de plantearse prohibiciones.

Se hacen una lista bíblica de lo que está mal y empiezan a catalogar… esto es pecado, aquello es pecado, esto otro también…

Es un buen paso, por supuesto, identificar qué es pecado en nuestra vida.

La ley de Dios nos da conocimiento de qué es pecado (Romanos 7:7), pero el proceso de santificación de ninguna manera termina con la sola identificación del pecado.

EL CICLO SIN FIN 

Es muy triste, pero es también muy real, que muchos cristianos creen que ya llevan una vida de santidad porque simplemente fueron lo suficientemente capaces de «reconocer mentalmente» qué cosas son pecados (a la luz de las Escrituras).

Pero lo que ha faltado es el abandono de esos pecados.

Han identificado en «la letra» de la Biblia qué cosas son pecados, pero no han tenido en cuenta que si bien la «letra mata» (en condenar el pecado), hace falta la «vivificación del Espíritu» para vencer esos pecados (2da Corintios 3:6).

 De nada vale un simple conocimiento mental de lo que es pecado si no hay una disposición espiritual para abandonarlo.

A veces, nos ponemos a catalogar los pecados que tenemos que dejar, lo sacamos aparentemente de nuestra costumbre de vida, y lo ponemos «por unos días» dentro de una caja de  vidrio guardándolo según nuestro «esfuerzo propio».

En ese estado, cada día que comenzamos no es un día de victoria, sino más bien un día de abstención, de autodeterminación en la carne, carente de la ayuda del Espíritu de Dios.

Miramos con añoranza nuestros pecados «detrás del vidrio» y nos decimos a nosotros mismos:  «Tengo que ser fuerte, tengo que resistir».

¡Obviamente, el desenlace es que rompemos el vidrio y volvemos a los mismos pecados de siempre!

¿Qué es lo que falló? nos preguntamos. La falla consistió en no buscar el deleite en Dios.

La victoria sobre el pecado no es tener los dientes apretados y refunfuñar: «Debo ser santo».  Eso nunca ha ayudado a ningún hijo de Dios.

Por el contrario, la victoria sobre el pecado es tener un cántico en el corazón impelido por el poder del Espíritu Santo que nos lleva a orar y a decirle a Dios:

  ¿A quién tengo yo en los cielos? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. (Salmos 73:25).

 No puedo proponerme dejar de desear este mundo cuando mi deseo no se centra en Cristo.

Mi deleite interior en Dios y mi voluntad sujeta a Su voluntad es lo que nos llevará a una vida de santidad de verdad, ¡o al menos mejorar nuestra condición espiritual de creyentes!

Decía el puritano Thomas Watson hace un par de siglos:

La santidad… no debe tratarse de una capa de pintura, sino de una vida de santidad. No debería ser como los templos egipcios, embellecidos meramente por fuera, sino como el templo de Salomón, que tenía oro en su interior.

¡Cuanta verdad hay en esta comparación! El mismo Señor Jesucristo les decía a los Fariseos: «Sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda suciedad». (Mateo 23:27).

CÓMO DELEITARSE EN DIOS

En el libro de Salmos, capítulo 119,  hay 5 versículos que contienen la palabra hebrea shashúa que significa: «Deleite o disfrute» relacionada con la Palabra de Dios.

Vs.24 Pues tus testimonios son mis deleites, y mis consejeros.
Vs.77 Vengan a mí tus misericordias, y viva; porque tu ley es mi deleite.
Vs.92 Si tu ley no hubiese sido mis delicias, ya en mi aflicción hubiera perecido.
Vs.143 Aflicción y angustia me hallaron: mas tus mandamientos fueron mis deleites.
Vs.174 Deseado he tu salud, oh Jehová; y tu ley es mi delicia.

Cualquiera puede preguntarse de manera sincera:

¿Cómo un hombre o mujer sujeto al pecado podría encontrar su delicia en los santos mandamientos que van en contra de nuestros propios apetitos carnales?

La cuestión está en nuestra rendición incondicional a Dios y el deleitarnos en su presencia.

Jesús le dijo a la mujer samaritana: «Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed».

¿Por qué los cristianos queremos beber del mundo cuando tenemos la fuente de vida eterna en Cristo?

La sed debe ser saciada, ¡nuestra alma siente sed lejos de Dios!  Pero en Cristo encuentra una inagotable vertiente cristalina.

La lectura de la Palabra de Dios cobra sentido cuando esto ocurre. De otra manera la lectura es tediosa, aburrida e infértil.

Pero cuando nos deleitamos en Dios, su misma voz resuena en nuestra mente y corazón al leer la Biblia.

Su Espíritu trae cada palabra que leemos a una comprensión profunda de las verdades que encierra, acerca de la persona de Dios y la obra de Cristo.

Dice Jonathan Edwards en su libro «La Verdadera Experiencia Cristiana», hablando de «deleitarse en Dios»:

El disfrute espiritual satisface el alma en los siguientes puntos:
a) El disfrute espiritual está perfectamente adaptado a la naturaleza y las necesidades del alma humana. La persona que lo tiene nunca se cansa de él. Es su gozo más profundo, y nunca lo cambiaría por otro. Eso no quiere decir, sin embargo, que una persona que experimenta algo de deleite espiritual no desee más de lo mismo.

b) El disfrute espiritual se mide a nuestras expectativas. Un fuerte deseo produce gran expectativa. Cuando recibimos algún gozo mundanal que hemos deseado fuertemente, no es raro que nos desilusione, pero no es así con los deleites espirituales, pues siempre se le miden a nuestras expectativas.

c) El disfrute espiritual satisface el alma hasta donde esa alma es capaz de recibir satisfacción. Aun así, queda campo para la expansión infinita de la capacidad del alma. Si no estamos tan espiritualmente satisfechos como lo pudiéramos estar, la falla se encuentra en nosotros. No estamos abriendo lo suficiente nuestras bocas. El disfrute espiritual, entonces, sí satisface al alma en estas áreas. Encaja con nuestra necesidad más profunda, se le mide a nuestras expectativas, y nos llena según nuestra capacidad para recibir. Todo esto es perfectamente consistente con la incesante sed de más y más de lo mismo, hasta que nuestro deleite sea perfecto.

 

UN EJEMPLO PRÁCTICO PARA ENTENDER LA VERDAD DE VENCER EL PECADO

Realmente no he visto en mi vida a gente que en verdad deje la droga, a no ser que Cristo haya hecho una obra de conversión.

He conocido gente que ha hecho los mejores tratamientos (clínicamente hablando), para dejar la adicción a las drogas, y han andado bien por un tiempo.

O sea que el «aislamiento» y la «abstención» han funcionado por un breve período de tiempo, pero cuando vuelven al medio cotidiano «otra vez caen en el vicio».

Por eso el mundo dice que las drogas son un camino sin retorno, y desde su punto de vista tienen razón.

Pero he conocido personas cuyas vidas trasformó Cristo, que nunca más cayeron en el vicio de las drogas, o el alcohol.

Uno puede apreciar que Cristo liberó a estas almas del los placeres del pecado que las llevaba a la destrucción, pero a su vez Él se ha convertido en el placer inigualable de sus corazones.

El ciclo de abstención-recaída se cortó, porque un poder sobrenatural se interpuso.

No estoy queriendo decir con esto que vamos a ser, como cristianos, libres de toda influencia de pecado.

Lamentablemente, vamos a tener que luchar cada día de nuestra vida con el pecado, hasta el día que esto «corruptible» sea vestido de «incorrupción» (1ra Corintios 15:53).

Pero sí quiero que podamos ver claramente en la Biblia que el deleite en Dios es lo que nos mantendrá lejos del pecado.

En este mundo de pecado, seco como un desierto, ¡podemos apagar nuestra sed en Dios!

DIOS, Dios mío eres tú; me levantaré a ti de mañana; mi alma tiene sed de ti, mi carne te desea, en tierra de sequedad y transida sin aguas. (Salmos 63:1)

 Alejandro David Riff

Alejandro Riff