¿Qué significa recibir a Cristo?

¿Qué significa recibir a Cristo?

 Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Los cuales son engendrados, no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. (Juan 1:12 y 13)

Si bien la Biblia habla del término «recibir», y de hecho ya es un dicho evangélico popular decir «recibir a Cristo», no obstante no se entiende muchas veces en qué consiste este proceso.

No se niega el hecho que la salvación significa «recibir a Cristo», en el sentido que se expresa en Gálatas 4:6

Y por cuanto sois hijos, Dios envió el Espíritu de su Hijo en vuestros corazones, el cual clama: ¡Abba, Padre! 

El Espíritu Santo, tercera persona de la Trinidad,  es definido también como el Espíritu del Hijo, es decir, que Cristo mora en el corazón del creyente a través del Espíritu Santo.

Al punto que vamos es que, muchas personas (y para colmo de males, muchos predicadores), tienen un concepto distorsionado de lo que significa «recibir a Cristo», pues piensan que este es un paso previo a ser «engendrados espiritualmente».

Es decir, piensan que «recibir a Cristo» es buscar un lugar  libre en el corazón del ser humano como un conductor con su vehículo busca estacionar en un aparcamiento lleno de autos a la espera que se libere un espacio.

Es como decirle al pecador: -Mira, tu tienes que hacer lugar para Cristo, el va a entrar a la casa de tu corazón si tu haces un «lugarcito» tirando una parte de los trastos sucios del pecado y, con ese espacio suficiente, Cristo entrará y te ayudará a limpiar el resto de la casa.

¿Es realmente esto lo que plantea el evangelio?

Vemos que el Rey de Reyes de esta forma (y dicho con todo respeto), no pasa de ser un servicio de limpieza a domicilio.

A la luz de la Biblia (Isaías 1:6) en esto que llamamos «casa», no hay cosa ilesa que no esté dañada por el pecado.

Somos una casa en ruinas llena de suciedad, cuyos cimientos, paredes y techo están podridos por el pecado.

Lo que Cristo hace con esta casa no es un servicio de limpieza, sino de demolición.

Es como el hombre de la grúa con la bocha gigante de hierro que derriba  con ímpetu esa casa sin «solución de ser restaurada».

En su lugar, el Espíritu Santo regenera, pone el cimiento de Cristo, y hace una nueva edificación.

Esto es ser engendrado por la voluntad de Dios.

Cuando la Escritura nos habla que no somos engendrados de voluntad de sangre o carne, quiere decir que no es nuestra capacidad ni nuestra voluntad propia de «hacerle espacio a Cristo» para que él venga a vivir los que nos salva.

¡En nuestra naturaleza caída, orgullosa y enemiga de Dios, jamás dejaríamos que Cristo pusiera un pie en nuestra puerta!

Y por nuestro amor al pecado, jamás tiraríamos nada de nuestra casa para hacer espacio para Cristo.

Dios utiliza la Ley de su Palabra para decirnos: «La casa debe ser demolida» y su soberana voluntad actúa en consecuencia.

Dios quita nuestro corazón de piedra y nos da uno de carne (Ezequiel 36:26).

No podemos «recibir a Cristo» si Dios no nos concede arrepentimiento y fe, tenemos dichos dones sólo por gracia, y nada más que por ella.

La predicación del evangelio no es tanto un llamado de «recepción» sino más bien de «arrepentimiento y fe».

Las predicaciones apostólicas del Nuevo Testamento no era una «invitación a recibir a Cristo» sino a «arrepentirse».

Vemos este orden en el pasaje donde Pedro y Juan predicaron al pueblo luego del milagro de sanar al cojo.

Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; pues que vendrán los tiempos del refrigerio de la presencia del Señor,
y enviará a Jesucristo, que os fue antes anunciado. (Hechos 3:19 y 20).

No vemos a los apóstoles decir a los pecadores: ¡Recíbelo, recíbelo! Sino más bien: ¡Humíllensé, humíllensé!

No es tanto: ¡Déjalo entrar, déjalo entrar! Antes es: ¡Pon tu fe en la persona del Hijo de Dios y en su sacrificio en la cruz!

La falta de predicación bíblica de nuestro tiempo reduce el evangelio a términos de aceptabilidad y recepción en vez de creer.

El asentimiento mental humano suplanta a la fe que sólo viene de Cristo.

Muchos que dijeron «aceptar a Cristo» lamentablemente no conocen al Cristo de la Biblia, y su vida es una evidencia de ello.

Pues basaron su experiencia en una decisión carnal, antes que confiar en la obra sobrenatural de Dios, que por cierto sólo puede ser a través de su Palabra.

 El, de su voluntad, nos ha engendrado por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas. (Santiago 1:18)

Estimado amigo/a:

¿Dices haber recibido a Cristo?

Si tu vida no ha cambiado, si no conoces el poder transformador de Dios e ignoras los principios más básicos de la salvación en Cristo, déjame decir que lo que recibiste fue un tranquilizador mental basado en una falsa esperanza de salvación por obras.

Dios no pretende un lugarcito en tu corazón de piedra para su Hijo, sino que él puede darte uno de carne, un corazón nuevo por el poder regenerador de su Espíritu.

Te aconsejo que no confíes en tus propias decisiones, antes confía en la sangre de Cristo para el perdón de los pecados.

Ríndete ante  la voluntad de Aquel que puede hacer todas las cosas nuevas por medio de la fe.

Reconoce que tus pecados te esclavizan  y clama a Cristo por misericordia.

No confíes ni por un segundo en tu  propia capacidad, sino entrégate en la manos del Salvador.

Clama: ¡Señor antes de recibirte necesito que tú me recibas, pues yo no sería capaz de hacer lo mismo en mis fuerzas!

Alejandro Riff