Los peligros de entender mal la santificación del creyente

Los peligros de entender mal la santificación del creyente

 

El problema de entender mal la santificación del creyente ya se daba en las iglesias apostólicas del primer siglo. Por ejemplo, la iglesia en Roma tenían cierta idea antinominiana (anti ley), ¿Perseveraremos en pecado para que la gracia crezca? (Romanos 6:1),  la cual el apóstol Pablo tuvo que corregir. Por otro lado, los creyentes provenientes del judaísmo eran dados al esfuerzo de la obras sin la dependencia de la gracia de Dios. Ya existían estos dos polos opuestos de entender la santificación.

Dos extremos peligrosos

A lo largo de la historia hubo dos extremos peligrosos en el entendimiento de la santificación:

1) Un postura humana pasiva atribuyendo todo a la obra de Dios sin poner nada de esfuerzo de sí mismo
2) Una postura activista donde todo es esfuerzo personal… y nada de dependencia de la gracia de Dios.

Este mismo error se repite hoy también. La postura pasiva plantea: «obedeceré a Dios cuando lo sienta» (muy dada al liberalismo), la postura activista dice: «obedeceré por esfuerzo y autodeterminación» (cercano al fariseísmo). Pero la Biblia nos muestra un equilibrio entre la responsabilidad humana y la soberanía de Dios. Pablo le dice a Timoteo:

 Pues tú, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús. (2 Timoteo 2:1)

¿Es esfuerzo o es gracia? (Nos preguntamos). Pues, son ambos a la vez. Los que creemos en la soberanía de Dios en la salvación (Doctrinas de la Gracia) sabemos que es una obra monérgica. Dios es activo en el llamamiento pecador muerto espiritualmente (por lo tanto pasivo) resucitándolo por medio del evangelio. Pero la santidad es sinérgica, el Espíritu Santo colabora en nosotros y nosotros nos sometemos a él. Lo resultante es la santidad.

Pongamos un ejemplo

Supongamos que un creyente lucha contra su mal carácter colérico. Digamos que es expuesto a una situación donde se prueba si, va a explotar en su carácter del «viejo hombre», o va a reaccionar con mansedumbre de acuerdo a la «nueva criatura». El de postura pasiva explotaría en ira consolándose diciendo que: algún día Dios va a cambiar su mal carácter y sus sentimientos. El de postura activista trataría de autorefrenarse, pero al fin no puede con su genio y explota también en ira.

¿Cuál es la postura sinérgica entonces?  Sería algo así como una oración parecida al del apóstol Pablo en Romanos 7: 24. ¡Oh Dios soy una criatura miserable entregada a la ira, pero en tu nombre me voy a esforzar para afrontar esto con mansedumbre, auxíliame con tu gracia en este momento, pues soy débil! Por supuesto, esto es sólo a modo orientativo. Este tipo de reconocimiento de debilidad, de esfuerzo, y a su vez de dependencia de Dios, es la actitud correcta. La promesa de nuestro poderoso Dios es «socorrer a los que son tentados» (Hebreos 2:18).

La cruz en la santificación

Es así como funciona la santificación; pedimos socorro a Dios y nos esforzamos para no pecar. Si no habría esfuerzo humano, no se nos hablaría en Hebreos 12:4 acerca de «combatir contra el pecado«. Tampoco se hablaría de «hacer morir» nuestros miembros en el sentido pecaminoso (Colosenses 3:5). No hay proceso de cruz sin dolor. Pero a su vez, lo maravilloso es que esta aparente «pesada carga» no lo es en sí.  La carga de los Fariseos era humanamente pesada porque no dependía de la gracia de Dios. Por eso Jesucristo dijo:

 Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga. (Mateo 11:30)

No te dice que no habrá yugo ni carga, ¡pero sí que será más fácil llevarla través de su gracia obrando en nosotros!

Una definición de lo que venimos hablando la da J. I. Packer en su libro: «Teología concisa»:

La regeneración fue un acto monérgico de un momento, en el cual lo espiritualmente muerto recibió vida. Como tal, sólo fue obra de Dios. En cambio, la santificación es en cierto sentido sinérgica: es un proceso constante de colaboración en el cual se les exige a las personas regeneradas, vivas para Dios y liberadas del dominio del pecado (Romanos 6:11, 14–18) que se ejerciten en una obediencia sostenida. El método de santificación usado por Dios no es ni el activismo (una actividad que se apoya en la propia persona) ni la apatía (una pasividad que se apoya en Dios), sino un esfuerzo que depende de Dios (2 Corintios 7:1; Filipenses 3:10–14; Hebreos 12:14).

El carácter progresivo de la santificación

Además de los errores mencionados en cuanto a la santificación, se suman los errores de finales del siglo XIX, de cierta rama del metodismo heredados de algunas ideas wesleyanas, (por supuesto, no toda la rama metodista), y la del siglo XX (a inicios del pentecostalismo) que hablaban ambos movimientos de una «segunda experiencia» con el Espíritu Santo (aunque con variantes diferentes). La teología reformada hacía rato que identificaba el bautismo del Espíritu Santo con la regeneración (conversión) y que la santificación era un proceso que lleva toda la vida, pero nuevamente la vida de los creyentes se vio inquietada con las ideas de las segundas experiencias, y muchos se frustraron por no haberlas alcanzados y otros acusaban a los demás de no tenerlas.

El problema venía porque se mezclaban ideas entre lo que es la justificación (para salvación) con la santificación que es resultado paulatino de la primera.

En el siglo XIX, ya J. C. Ryle se topó con este problema de un mal entendimiento de la santificación en el ambiente cristiano, entonces, hablando de la diferencia entre justificación y santificación, nos decía:

Por la justificación, la justicia de otro, es decir, de Jesucristo, es imputada, puesta en la cuenta del pecador. Por la santificación el pecador convertido experimenta en su interior una obra que le hace progresivamente santo. En otras palabras, por la justificación se nos considera justos, mientras que por la santificación se nos hace justos.

Ryle, J. C. (2002). Caminando con Dios: Un tratado sobre las implicaciones prácticas del cristianismo. (O. I. Negrete & T. R. Montgomery, Trads.) (p. 129). Graham, NC: Publicaciones Faro de Gracia.

Conclusión

Alguien dijo una vez que la santificación es como «subir una escalera jugando al yo-yo». Si miras al yo-yo solamente verás una serie de altibajos (nuestra vida espiritual diaria), pero si miras los escalones que subes verás que tu vida ha avanzado en santidad (madurez a través de los años). Sabemos que muchos pueden caer en pecados groseros y sufrir un retroceso en la santidad. Muchos, dice la Palabra, serán salvos «como por fuego» (1 Corintios 3:15) a pesar que toda su obra se queme (y esto tiene que ver con su vida de santidad sin duda).

La regla, por así decirlo, es el crecimiento constante en santidad con un esfuerzo cuya confianza está puesta en el que comenzó la buena obra (salvándonos) y la perfeccionará (santificándonos) hasta el día de Jesucristo (en el cual seremos sobrevestidos para no tener que luchar nunca más con esta carne de pecado). ¡Anhelamos ese día!

 Estando confiado de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra,
la perfeccionará hasta el día de Jesucristo. (Filipenses 1:6)

Mientras tanto tenemos que lidiar con nuestra carne. Un buen entendimiento de la santificación en nuestras iglesias nos llevará a no caer en extremos dañinos que perjudiquen al pueblo de Dios.

¡Justamente las malas doctrinas respecto a la santidad afectan la verdadera práctica de la santidad!

 

Alejandro Riff