La música en la iglesia: su parte en el culto regulado y sus circunstancias

Soy pastor y también músico aficionado. He intentado inculcar el amor por la música en mis hijas y participo activamente en la selección de canciones para la congregación. Mi experiencia me ha enseñado lo complejo que es mantener una línea en este tema, y que es imposible complacer a todos, tanto en la iglesia local como en la opinión interiglesias. Lo siguiente son meros pensamientos en voz alta, pero nacen de mi fe en lo que creo que la Biblia dice, y cómo la confesión de fe que utilizamos en nuestra iglesia contribuye a este asunto (la Segunda Declaración de Fe de Londres de 1689).

LO QUE DICE LA CONFESIÓN (LAS PARTES Y SU ESENCIA)

La confesión es bastante concisa y específica en cuanto a la regulación de la adoración, es decir, las partes de la adoración como la oración, la predicación y el canto congregacional, etc. En relación con la música, lo único que menciona es el canto:

«22.5 La lectura de las Escrituras, la predicación y oír la Palabra de Dios, la enseñanza y amonestación de unos a otros con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantar con acción de gracias en nuestro corazón al Señor… (2CFL1689 – Cap 22).»

No menciona el uso o la prohibición de instrumentos, ni afirma que lo más antiguo sea lo santificado y que el canto contemporáneo implique una desviación de la ortodoxia. Tampoco insiste en que se canten únicamente salmos, y componer algún himno basado en las Escrituras no te excluye automáticamente de la categoría de adorador.

Es evidente que la Confesión intenta definir las partes de la adoración y no sus circunstancias. A partir del análisis del texto breve, podemos deducir tres aspectos:

A) La letra del canto debe basarse en las Escrituras:
Al mencionar «la enseñanza y amonestación… con cánticos», queda claro que la Biblia debe normar la letra. Por lo tanto, los compositores deben adherirse a una ortodoxia y hermenéutica claras de las Escrituras.

B) La congregación debe ser la protagonista:
El término «unos a otros» implica que es la congregación la responsable de llevarlo a cabo (y no una banda de músicos donde la congregación es solo espectadora que apenas murmura el himno).

C) Debe ser de corazón y para el Señor:
Al afirmar «con acción de gracias en nuestro corazón al Señor», se nos indica que el enfoque principal de la adoración es realizarla al Señor con un corazón transformado por Cristo. La reverencia se desprende de esta idea, por lo que la música debería estar en armonía con la letra que se canta.

LO QUE NO DICE LA CONFESIÓN (LAS CIRCUNSTANCIAS)

En este punto, lo que recomiendo es más subjetivo y personal (esto lo sugiero en mi iglesia y sus obras de plantación), pero creo que podría ser útil para otros, de manera que la práctica esté en línea con la confesionalidad. A continuación, enumeraré algunas de las cosas que considero circunstancias, lo cual permite diferencias de opinión válidas sin que esto entre en conflicto con el principio regulador de la adoración mencionado anteriormente.

A – ¿Antiguo o contemporáneo?

Una pregunta que haría es: ¿por qué no ambos? Es importante recordar que un himno de hace 200 años era contemporáneo en su tiempo. Musicalmente, en los himnos antiguos te podrías encontrar, aunque no tan frecuentemente, con tonos menores relativos y generalmente las séptimas eran del tipo dominante. Por otro lado, los himnos contemporáneos incluyen séptimas sensibles y tonos suspendidos (por ejemplo, sus2, sus4), aprovechando todo el conocimiento armónico que el ser humano ha desarrollado. Esto no significa que transformaremos la iglesia en un concierto de rock o un café concert de estilo blues. Claro que no. Sé que es más fácil tomar un himnario antiguo y como pastor decir: «¡Cantemos solo esto!» Pero prefiero enfrentar la tensión de componer nuevos himnos, incorporar (con filtro) himnos contemporáneos que no dejan duda de que su música es majestuosa y digna de la santidad de Dios, sin por eso ser triste.

B – ¿Músicos en la plataforma o al costado?

Prefiero que los músicos se ubiquen al costado, en primer lugar, para protegerlos de cualquier exposición y la tentación de creer que son ellos quienes dirigen la adoración, cuando en realidad solo acompañan. Además, esto protege a la congregación para que no fijen su atención en los músicos, sino que se concentren en la letra de lo que cantan. Colocar a los músicos de frente a la congregación puede condicionar visualmente, hasta cierto punto, la percepción de que ellos son «los responsables de cantar», cuando el principio regulador nos enseña que toda la congregación es la responsable.

C – ¿Con percusión o sin percusión?

Este debate es intenso. El problema con la percusión, especialmente con las baterías, es que tienden a sobresalir en volumen por encima de todo, lo cual es particularmente notorio en iglesias pequeñas. Sin embargo, he observado que esto puede funcionar hasta cierto punto en recintos muy grandes. La música se compone de melodía, armonía y ritmo. Lo crucial aquí no es el ritmo, ya que nuestra intención es cantar una melodía, no bailarla. En Latinoamérica se utiliza una «percusión menor» conocida como «cajón», que me parece ideal para mantener el ritmo. Creo que si en la iglesia se mantiene un criterio musical adecuado y se entiende lo que representa la santidad de Dios, no se caerá en extremos. Pero alguien podría preguntar: ¿y si un instrumento rítmico te lleva a desviarte hacia la mundanalidad? Bueno, si no puedes encontrar el equilibrio, es mejor evitarlo.

D – ¿Cuántos instrumentos?

Creo que esto depende del tamaño de la congregación. Una inusual congregación reformada en Latinoamérica de mil personas podría sostener un armonioso conjunto sinfónico. Sin embargo, para el promedio de congregaciones pequeñas, de 100 personas o incluso menos en muchos lugares, no es necesario tener muchos instrumentos. Insisto en que lo que se acompaña es el canto congregacional y no se busca una experiencia sinfónica. Si hay varios hermanos en la iglesia con talentos musicales, considera hacerlos rotar, pero trata de evitar asignar un instrumento solo para complacer a cada uno.

E – ¿Incluir canto de apoyo?

A veces es útil que ciertos hermanos puedan guiar a otros en la nota y variaciones de un himno. Lo crucial es el volumen de los micrófonos o la regulación de la potencia de la voz de quienes apoyan el canto. Para verificar esto, basta con cerrar los ojos durante el culto y escuchar. Si lo que escuchas es la voz predominante de un determinado hermano del equipo de apoyo, algo no está funcionando correctamente. Es comprensible que esto suceda con canciones nuevas. Sin embargo, la experiencia ideal sería que, al cerrar los ojos, no reconozcas «esa es la voz de fulano o mengano», sino que percibas «la voz de la congregación». Lograr esto es desafiante, pero es hacia lo que debemos apuntar. No estaría mal que de vez en cuando los hermanos con buena voz y criterio musical enseñen a otros a entonar. Esto sería beneficioso tanto para las reuniones caseras como para el culto principal.

Creo que se podría decir mucho más de esto, pero el tiempo no alcanza. Te invito a leer otros recursos relacionados a la música que he escrito hace tiempo.

 

 

 

 

 

Alejandro Riff