Éxodo 24:16 Y la gloria de Jehová reposó sobre el monte Sinaí, y la nube lo cubrió por seis días; y al séptimo día llamó a Moisés de en medio de la nube.
El Dios del Antiguo Testamento es el mismo Dios del Nuevo Testamento. A menudo pasamos por alto el carácter de Dios manifestado en el pacto de gracia que hizo con los primeros hombres en Antiguo Testamento. En este caso, Moisés, iba a recibir las tablas de la Ley, y tenía que ir a encontrarse con Dios en la cima del monte Sinaí, en medio de un espectáculo estremecedor de relámpagos, viento y un persistente sonido de bocina que asustaba a todo Israel.
Moisés no fue llamado inmediatamente a la presencia de Dios, sino que tuvo que esperar siete días (¿raro verdad?).
¿Que habrá pensado Moisés durante esos siete días de «inactividad»? ¿No era ese silencio necesario para examinar su propio corazón, su propia pequeñez, y su propia necesidad del Dios temible que viene a su encuentro? Lector, imagínate de pasar un día de silencio y espera, ¿no hubieras acaso perdido la paciencia a las cuatro horas de estar esperando? Ahora imagínate estar una semana en silencio en medio de una nube. ¡Puedo asegurarte que al séptimo día tendrás una predisposición totalmente diferente de recibir la Palabra de Dios… que digamos en los primero siete minutos de haber subido al monte!
LA RAZÓN DEL TIEMPO DE ESPERA
Esta razón no se encuentra en Aquél que «un día son como mil años y mil años como un día» (2 Pedro 3:8). Dios no necesita esperar, pero el hombre sí. La razón se encuentra en la criatura en su pecado. Moisés debía no sólo aquietar sus pensamientos, sino también llegar a una compresión de su propia naturaleza humana corrompida, en contraste con el Dios santo con quién se iba a encontrar. Como pecadores sabemos por la revelación del Nuevo Testamento que sólo podemos acercarnos a Dios a través de Cristo y su sacrificio en perdón de nuestras iniquidades. Según Hebreos 4:16 podemos «acercarnos confiadamente al trono de la gracia«, pero me temo que esta libertad, al ser utilizada por nosotros sin profundizar en el carácter de Dios, se transforme en un libertinaje.
EJEMPLOS DE LA FALTA DE COMPRENSIÓN DE LA PERSONA DE DIOS EN EL CULTO
Todos coincidimos que cuando se va al culto, se va a una convocatoria santa y especial de la presencia de Dios (Mateo 18:20). Pero… ¿tomamos conciencia real de Su presencia cada vez que vamos a la iglesia?
Veamos cómo se comportan las personas momentos antes del culto: ¿Acaso parece que van a adorar a un Dios majestuoso? ¿O la conversación chabacana, las risas y los temas fuera de lugar son los mismos que.. digamos, la puerta de un cine? ¿Qué de aquel que llega por costumbre tarde, una vez empezado el culto? (Mucha gente llega puntual a sus trabajos y no al culto, porque al parecer el concepto de su «jefe» es más grande y abrumador que el concepto de «su Dios». ¿Por qué muchos cultos comienzan con personas que creen que tienen la función de ser los «animadores» de la congregación? Recuerdo que cuando he visitado algunas iglesias, la persona que preside la alabanza dice algo así como: «vamos a entrar en calor… o vamos a romper el hielo… cantando tal canción». Qué hablar de intercarlar en culto el «especial del día de la madre», los anuncios del mes, o el cumpleaños de fulanito. ¿Acaso no hay tiempo para hacer estas cosas en otro momento fuera del culto? La falta de conciencia de la grandeza de Dios, la displicencia con que tomamos las cosas, nos llevan a cultos evangélicos donde no podemos conocer la línea separadora entre una reunión social y la adoración al Santo. Los siete días de espera de Moisés nos deberían marcar otro entendimiento de la majestad de Dios.
LA PERSPECTIVA DEL EVANGELIO
Somos redimidos por Cristo para adorar. La obra de la regeneración nos convierte en adoradores en «espíritu y en verdad» (comp. Jn 4.23). No queremos decir que la reverencia deba quitar el gozo, ni que el gozo deba quitar la reverencia. La Palabra nos insta a «cantar con gracia» (Col.3.16). Debemos predisponer nuestro corazón antes del culto. Antes de salir de casa deberíamos orar con la familia. Al llegar a la iglesia debemos animarnos a nosotros mismos y a los hermanos a tener un espíritu adorador. Dejemos de lado conversaciones triviales, y enfoquémonos en Dios. Nuestra adoración es lo único que tributamos a Dios, hagámoslo con inteligencia: «Porque Dios es el Rey de toda la tierra; Cantad con inteligencia.» (Salmos 47:7)
¿POR QUÉ ALGUNO SE DISTRAE A LA HORA DE ESCUCHAR LA PREDICACIÓN?
Porque sencillamente no ha tomado conciencia de quién es él y quién es Dios. El Dios de Moisés es nuestro mismo Dios, y no ha rebajado sus atributos eternos a las expectativas del hombre moderno. Cuando el culto se desarrolla en medio de llamadas de teléfonos celulares, actitudes de broma, la canciones que instan a «saludar con un sonrisita al que está a tu lado» (el que lea entienda…), pueden provocar un entusiasta clima social, pero no la adoración al Dios verdadero. En cambio, cuando las canciones son bíblicas, las oraciones piadosas, la predicación centrada en Cristo, y el clima de los asistentes están bajo la influencia de la majestad de Dios, ¿verdad que la Palabra nos exhorta con más profundidad entrando y santificando todos los rincones de nuestro ser? La reverencia es necesaria tanto como el gozo.
El Hijo fue oído por «su temor reverente» al Padre (Hebreos 5:7)
¿Acaso nosotros estamos exentos de esto?
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