La Cena del Señor, el elemento más olvidado en la adoración

Es evidente que la iglesia del siglo XX ha sobredimensionado el tema de la música en relación a la adoración a Dios. El cristiano moderno del siglo XXI, por herencia, asocia «adorar» con «solo cantar». Pero la Reforma protestante del siglo XVI (de la cual venimos los evangélicos) consideraba la adoración como una suma de partes, entre las cuales estaba incluida la ordenanza de la Cena del Señor, la lectura de la Palabra, la oración, la predicación, etc. Ciertamente hoy parecería algo extraño que la adoración sea una suma de cosas, ya que se ha impuesto la idea de que la adoración es sinónimo de cantar, o como mucho orar, pero nada más. ¿Será que hemos ido perdiendo un concepto en el camino en cuanto a la adoración y la relación con la Cena del Señor?

LA CENA DEL SEÑOR: UNA PRIORIDAD PARA LA IGLESIA LOCAL

Al hablar de música, si bien no todos se ponen de acuerdo en cuanto a las formas, sí están de acuerdo en que las letras de los himnos contemporáneos deberían ser ricas en teología cristocéntrica. Por lo menos, en las iglesias que quieren seguir una sana doctrina, hay un alejamiento de las melodías carismáticas repetitivas del siglo XX tipo mantra (Señor te adoro… Señor te alabo…), donde no había mayor contenido bíblico. Otras iglesias han desempolvado himnos antiguos para redescubrir lo ricos que eran en contenido bíblico. Pero a pesar de estas cosas buenas, en algunas iglesias que aspiran a una Reforma, se deja ver todavía la antigua tendencia carismática de que la música es lo central en la adoración. En muchos casos se están calibrando las reuniones de culto en cuanto a la «experiencia musical» (otro estereotipo del carismatismo) y allá, muy atrás, y de forma esporádica, viene la Cena del Señor para ser celebrada en una especie de «mal necesario» como para no caer de la categoría estándar de iglesia cristiana evangélica. No digo que sea el caso de la mayoría, pero sí hay muchos casos que observo tristemente así.

UN EJEMPLO DE LA INFLUENCIA CARISMÁTICA

¿Qué pasaría si en la iglesia local se dejara de cantar canciones por tres meses? Todos, seguramente, entrarían en pánico diciendo algo así como: ¡Hemos perdido la adoración en la iglesia! ¡La iglesia se ha apagado! ¡La iglesia ha muerto! Ahora… si se dejara de celebrar la Cena del Señor por tres meses, la mayoría se encogería de hombros (sin hacer nada) y otros ni siquiera lo notarían.

Nos preguntamos: ¿Qué ha pasado con el cristianismo en cuanto a la Cena del Señor? No es que se haya olvidado, sino que parece haber pasado a una lista de cosas de menor importancia.

Debemos destacar que el pedido expreso del Señor Jesús, antes de ir a la cruz, no fue: «recuérdenme por medio de canciones», sino que el mandato fue recordarlo por medio de un acto, aunque simple (un pan y una copa de vino), profundo y solemne en cuanto a su significado de alusión a su muerte sustitutiva (Mateo 26:26-29; Marcos 14:22-25; Lucas 22:17-20). El mismo apóstol Pablo testifica en 1 Corintios 11:23-26, no que recibió una «rica herencia musical» de parte del Señor, sino que recibió la institución de la Cena: «Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado». Su cuerpo fue partido (simbolizado en el pan) y su sangre fue derramada (simbolizada en el vino). En el Nuevo Testamento es muy obvia la centralidad de la Cena del Señor para la Iglesia, no así las alusiones al canto congregacional que son más escasas (Efesios 6:19 y Colosenses 3:16).

LO QUE SE PROMUEVE COMO ADORACIÓN

Tanto en libros como en conferencias hoy se sigue hablando de música o canto congregacional (en el mejor de los casos) como sinónimos únicos de adoración. De hecho, la música es parte de la adoración, pero no todo lo que hace a la adoración en sí. Sería impensable incluir hoy en día una conferencia acerca del estudio de la Cena del Señor, pues eso parece un tema incómodo; o algo muy privado donde cada iglesia lo resuelve a su manera. Hacer una conferencia acerca de la Cena del Señor (su significado, beneficios e implicancias para la iglesia) hoy sencillamente no goza de popularidad. De alguna manera les enseñamos a pensar a las nuevas generaciones poco en la Cena del Señor y mucho en la música. La Cena del Señor que ha sido algo central en la historia del cristianismo reformado hoy parece algo periférico.

NECESITAMOS UN ENTENDIMIENTO MÁS PROFUNDO DE LA CENA DEL SEÑOR

En el siglo XVI, la Reforma corrigió el concepto errado de la misa católica, donde «se volvía a sacrificar a Cristo una y otra vez», aparte de la idolatría de adorar a los símbolos o ideas antibíblicas como la doctrina de la transustanciación. El desafío hoy en la iglesia evangélica es recuperar la Cena del Señor tanto en su entendimiento como en su frecuencia de celebración. Ese es el acto mediante el cual se define en una congregación quiénes son de su Cuerpo y quiénes no. No estoy diciendo que la Cena hace salvo a alguien, pero sí la iglesia tiene que identificar a los creyentes y ver si estos están dando un testimonio creíble del evangelio. La Cena del Señor es un sello para esta identificación y confirmación pública de la fe, y además lleva a la iglesia local a un examen: «Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo» (1 Corintios 11:28).

¿Una iglesia que tiene una celebración muy esporádica de la Cena tendrá una pobre santidad? Es posible. Alguno dirá: «¡No seamos ceremoniales, podemos examinarnos de muchas otras formas!» ¿Acaso no hay gente que toma la Cena de forma indigna? Sí, es verdad, pero a los que piensan así les recuerdo que el Arquitecto de la iglesia es el que ha instituido esta ordenanza, no un hombre ni una confesión de fe. ¿Acaso somos más sabios que Él para decirle cuál es la mejor forma de examinar a Su iglesia?

LA FRECUENCIA DE LA CENA DEL SEÑOR

Cuando Calvino llegó a Ginebra para ejercer su ministerio la primera vez, se decepcionó mucho de que la iglesia suiza tuviera la Cena del Señor tan esporádicamente (cada seis meses). Él insistió en una mayor frecuencia de celebración, pero no solo no fue escuchado, sino que además fue expulsado en 1538 de Ginebra en medio de abucheos y piedrazos por ser «tan ortodoxo» (en la Cena del Señor y muchos asuntos). Varios años después volvió a Ginebra (1541), y se afirmó definitivamente en la capital de la Reforma, negociando al menos que la Cena se tuviera una vez por mes (aunque el ideal de él era todos los domingos).

Si damos una mirada a la iglesia primitiva, tanto en las páginas del Nuevo Testamento como en registros históricos, nos damos cuenta de que la Cena del Señor tenía una frecuencia asidua, casi podemos asegurar que semanal. Bueno, alguno podrá decir que no hay elementos suficientes para determinarlo, aunque la exhortación de Pablo (1 Corintios 11:20) nos da cierta pauta de que las reuniones (juntarse en uno) incluían la Cena.

Pero si reconocemos que la Cena es un elemento del culto de adoración, y además de vital importancia, no celebrarla asiduamente significa una adoración pobre. Por más que se enseñe un nuevo himno cada domingo (para crecer en adoración como se dice popularmente) si no le damos la importancia debida a la Cena del Señor seremos pobres adoradores.

Juan Calvino, en su Institución de la Religión Cristiana, dice respecto a la frecuencia de la Cena del Señor:

«Lo que hasta ahora hemos expuesto de este sacramento muestra suficientemente que no ha sido instituido para ser recibido una vez al año; y esto a modo de cumplimiento, como ahora se suele hacer; sino más bien fue instituido para que los cristianos usasen con frecuencia de él, a fin de recordar a menudo la pasión de Jesucristo, con cuyo recuerdo su fe fuese mantenida y confirmada, y ellos se exhortasen a sí mismos a alabar a Dios, y a engrandecer su bondad; por la cual se mantuviese entre ellos una recíproca caridad, y que diesen testimonio de ella los unos a los otros en la unidad del cuerpo de Cristo. Porque siempre que comunicamos el signo del cuerpo del Señor, nos obligamos los unos a los otros como por una cédula a ejercer todas las obligaciones de la caridad, para que ninguno de nosotros haga cosa alguna con que perjudique a su hermano, ni deje pasar cosa alguna con que pueda ayudarlo y socorrerlo, siempre que la necesidad lo requiera, y tenga posibilidad de hacerlo».

EL ENTENDIMIENTO DE LA CENA DEL SEÑOR EN LA DOCTRINA REFORMADA

Otro pobre concepto que nos ha dejado el siglo XX, al menos en América Latina, es que a la Cena del Señor se la consideró solo «un memorial», es decir, una recordación y nada más. Si indagamos en la historia nos daremos cuenta de que la Iglesia reformada consideraba al bautismo y la Cena del Señor «medios de gracia». No en el sentido de que transmitieran en sí mismos los símbolos una «gracia salvadora» (que es la herejía católica), sino que son como un «sello» del Señor para los creyentes en su fortalecimiento espiritual. Una gracia que fortalece a la iglesia local.

El catecismo bautista, en su pregunta 74, dice:

Pregunta 74: ¿Cómo se convierten el bautismo y la Cena del Señor en medios eficaces de la gracia? Respuesta: El bautismo y la Cena del Señor se convierten en medios eficaces de la gracia, no por ninguna virtud en sí mismos, ni en la del que los administra (1 Corintios 3:7; 1 Pedro 3:21), sino solo por la bendición de Cristo (1 Corintios 3:6) y el obrar del Espíritu en quienes los reciben con fe (1 Corintios 12:13).

El catecismo menor de Westminster nos habla de los sacramentos (bautismo y Cena del Señor) como un instrumento para comunicar los beneficios de la redención. Nótese que no dice: «comunicar la redención» (ya que esto es obra directa de Cristo), sino sus beneficios (medios de gracia).

P. 88. ¿Cuáles son los medios externos y ordinarios por los cuales Cristo nos comunica los beneficios de la redención? Respuesta: Los medios externos y ordinarios por los cuales Cristo nos comunica los beneficios de la redención, son sus ordenanzas, y especialmente, la palabra, los sacramentos y la oración; a todos los cuales hace él eficaces para la salvación de los elegidos. (Hechos 2:41-42).

Vemos que la preponderancia de la Cena del Señor es más allá de un simple memorial. Si bien este tema fue motivo de debate en su momento entre Lutero (posición sacramentalista de la presencia de Cristo en los símbolos físicos) y Zwinglio (solo un memorial), Calvino en cierta forma reorientó a la nueva iglesia que salió del catolicismo hacia una posición de la Cena del Señor más acorde al espíritu bíblico: una presencia de Cristo espiritual.

Es así que la postura de la iglesia reformada vio siempre a la Cena como un medio de fortalecimiento espiritual para el pueblo de Dios.

LA RELACIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR CON LA MEMBRESÍA

Cada creyente que participa de la Cena del Señor es porque es un miembro oficial de una iglesia local, esta siempre fue la posición reformada. Para llegar a ser miembro de la iglesia local la persona tiene que profesar previamente una fe en Cristo, en dichos y hechos (testimonio). En la doctrina bautista, el bautismo es el mandato bíblico para testificar que alguien es de Cristo. Mientras que el bautismo es la entrada a la membresía, la Cena del Señor es la confirmación de la permanencia en la misma. Es decir, cualquier persona que participa de la Cena del Señor es porque lleva una vida cristiana creíble ante la gente, y la iglesia confirma su cristianismo al permitirle participar de la Cena.

Si una persona deja de perseverar y se enreda nuevamente en el pecado y no muestra signos de arrepentimiento (ante la exhortación de la iglesia local), sino que persiste en llevar una vida impenitente ante Dios, la iglesia tiene el deber de aplicar (luego de un proceso bíblico) la disciplina a tal persona. La excomunión es retirarle la participación a la persona de la mesa del Señor, no como un acto de castigo, sino porque sencillamente la iglesia no puede confirmar como creíble el testimonio de esa persona. Sería ilógico que alguien que niega a Cristo con sus actos de vida, los confirme en la participación de la Cena del Señor.

Si la participación de la Cena del Señor tanto como su entendimiento es débil en una iglesia, esto engendrará una membresía débil, (o ni siquiera algo que pueda llamarse membresía). El paradigma carismático ha sido tener a la gente reunida calentándose en torno al fuego musical y las personalidades pastorales. La gente no estaba acostumbrada a rendir cuentas, eso de «exhortaos unos a otros» (Hebreos 3:13) era algo desconocido. Y si había Cena del Señor era más un acto más místico que de examen de conciencia congregacional.

En resumen, cuando la iglesia local evita en cierta manera la Cena del Señor, o lo toma como algo periférico en la vida de la misma, sin duda es un síntoma espiritual de alguna enfermedad que debe ser curada.

Alejandro Riff