No por tu justicia…

No por tu justicia…

Por tanto, sabe que no por tu justicia Jehová tu Dios te da esta buena tierra para poseerla; que pueblo duro de cerviz eres tú. (Deuteronomio 9:6)

 

Dios le recuerda a Israel en la conquista de los pueblos en el desierto, antes de entrar a la tierra prometida, que entrarían en esa tierra “no por su justicia”. En el versículo 5 dice “ni por la rectitud de tu corazón”. Y como si fuera poco, agrega: “Son pueblo de dura cerviz” (V.6) “Habéis sido rebeldes a Jehová” (V.7). En otras palabras, les está diciendo: “No sólo no hay ninguna obra de justicia o condición natural en tu corazón que te haga apto para entrar en la tierra prometida, sino que además eres por naturaleza duro de corazón y rebelde”.

 

La realidad del pueblo de Israel es la realidad también de todo ser humano. El ser humano se cree justo y bueno, y su pensamiento natural es suponer que puede comprarle a Dios su salvación con sus obras de justicia. Incluso si le preguntas a mucha gente que va a la iglesia: ¿Cómo haces para ir al cielo? Empezarán «su historia de salvación» aduciendo que ellos tratan de seguir a Dios, guardan sus mandamientos, e intentan ser buenas personas. Cuando preguntas a una persona por la experiencia de salvación y ella no se refiere a sus antiguos pecados, a su rebeldía contra Dios y que necesitaba una Salvador justo que perdonara sus pecados, posiblemente esa persona no es alguien convertido por la gracia de Dios.

 

Dios antes de mostrarte su gracia salvadora en Cristo te muestra primero tus pecados. Un evangelio que no denuncia los pecados es un falso evangelio, y hay mucho de eso hoy en día lamentablemente, por eso la gente llega a conclusiones falsas que es salva por Cristo (sin saber de qué se salvó en realidad). Si se evita confrontar a las personas con sus pecados, pero se les ofrece la salvación por Cristo, las personas llegarán a la conclusión falsa que realmente eran dignos del amor de Cristo, y que Jesús vino a salvarlos de las injusticias del mundo, siendo ellos personas justas desde antes.

 

El apóstol Pablo, en su carta a Tito 3:5, utiliza un manera de expresarse muy similar a la que citamos en Deuteronomio: «no por obras de justicia que nosotros habíamos hecho, mas por su misericordia nos salvó, por el lavacro de la regeneración, y de la renovación del Espíritu Santo». Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento repiten el estribillo «no es por tu justicia» sino por la misericordia de Dios que somos salvos. El Señor Jesucristo aclara esto mismo cuando dijo en Marcos 2:17 «Los sanos no tienen necesidad de médico, mas los que tienen mal. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, al arrepentimiento.»

 

El falso evangelio de este tiempo, no es falso porque niegue a Cristo, sino porque oculta los pecados del hombre y presenta a un Cristo que no es el salvador, sino una especia de mejorador de nuestras vidas. Si estuvieran en el tiempo de Israel estos falso predicadores dirían: La tierra prometida es vuestra, se la han ganado después de haber sufrido en el desierto y haber peleado contra pueblos de gigantes, ¡entren es suya! Sin embargo Dios les dice: rebeldes, duros de corazón y si llegaron hasta aquí es por pura misericordia, y si entran en la tierra prometida por gracia.

 

Estimado amigo/a:

¿En qué has confiado para tener vida eterna, en tu propia justicia o en la justicia de Cristo obrada en la cruz del calvario? ¿Alguna vez alguien te ha dicho que eres un rebelde enemigo de Dios y por eso necesitas de su misericordia?

Si han endulzado tus oídos diciéndote que eres una víctimas de las circunstancias y que Cristo vino a salvarte de tus propias vicisitudes, dolores y malos ratos de esta vida te están engañando. Cristo vino por lo pecadores, aquellos que reconocen su culpa al pecar contra un Dios santo. Las personas que se salvan son aquellas que al ser acusado de rebeldes, asumen su culpa, pero ponen fe en el Salvador. Nuestra propia justicia es un sucio vestido de harapos. La ley de Dios siempre nos va a señalar nuestra faltas y manchas. En lugar de peinarnos, quitar algunas manchas de la cara con nuestro pañuelo de la auto-justificación, o tratar de alisar con nuestra mano el arrugado y sucio vestido de nuestro pecado, debemos clamar a Dios por misericordia y perdón. Cristo lava a los pecadores con su sangre y les da el precioso vestido de su justicia.

 

Romanos 3:26 con la mira de manifestar su justicia en este tiempo;
para que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.

Alejandro Riff