LAS EMOCIONES DE LA CARNE VS. LAS EMOCIONES DEL ESPÍRITU SANTO

LAS EMOCIONES DE LA CARNE VS. LAS EMOCIONES DEL ESPÍRITU SANTO

Muchas veces me he preguntado cómo diferenciar cuándo una emoción es provocada por el Espíritu Santo y cuándo proviene de uno mismo. He encontrado un escrito de casi 250 años de antigüedad, cuyo autor es Jonathan Edwards, uno de los principales predicadores del siglo XVIII.

«Imagínese una persona que por mucho tiempo ha tenido temor del infierno. Satanás llega y la engaña haciendo que piense que Dios ha perdonado sus pecados. Supongamos que Satanás la engaña a través de una visión de un hombre con una preciosa cara sonriente y brazos abiertos. El pecador cree que esta es una visión de Cristo. O tal vez el diablo lo confunde con una voz que dice “Hijo, tus pecados te son perdonados,” la cual el pecador piensa es la voz de Dios. Así empieza a creer que es salvo, a pesar de carecer de un entendimiento espiritual del evangelio. ¡Qué variedad de emociones entrarían en la mente de este pecador! Estaría lleno de amor para su salvador imaginario quien él piensa le ha salvado del infierno. Se sentiría lleno de gratitud por esta salvación imaginaria. Se llenaría de gozo sobrecogedor. Sus emociones lo impulsarían a hablar a otros de su experiencia. Con facilidad se humillaría delante de su dios imaginario. Se negaría a sí mismo y celosamente promocionaría su religión imaginaria mientras durara el fervor de sus emociones. Todas estas emociones religiosas pueden surgir juntas de esta manera. Sin embargo, la persona a quien nos hemos estado imaginando no es cristiana. Sus emociones son el resultado del funcionamiento natural de su propia mente, no de la obra salvadora del Espíritu de Dios. El que dude que esto sea posible entiende muy poco de la naturaleza humana.»

La predicación de Jonathan Edwards despertó un avivamiento histórico en Nueva Inglaterra. Con el paso de los años, muchos en su tiempo intentaron «copiar el avivamiento», lo que llevó a no pocos a falsas experiencias religiosas. Edwards denunciaba constantemente este falso evangelio, señalando que carecía de contenido bíblico. Era un gran ganador de almas y tenía muy en claro que las emociones, si están vacías del conocimiento del evangelio, no pueden salvar.

A dos siglos y medio de sus advertencias, sus palabras nos invitan a reflexionar sobre nuestra propia época. ¿Qué contenido bíblico tienen las predicaciones de nuestro tiempo? ¿No será que tanto emocionalismo sin evangelio produce más «convencidos» que «convertidos»? Un buen ejercicio es acudir a la literatura antigua y leer cómo predicaban aquellos siervos de Dios, empaparnos de su contenido, de su manera de presentar el evangelio, denunciar el pecado y exaltar la obra de Cristo, y luego compararlo con las predicaciones actuales.

Jonathan Edwards escribía en su libro La Verdadera Experiencia Cristiana (pág. 16):
a) El cristiano falso no tiene un sentido de la seriedad de su destino eterno ni de la importancia infinita de edificar sobre el fundamento correcto. En contraste, el creyente verdadero es humilde y cuidadoso; siente lo asombroso que será encontrarse delante de Dios, el Juez infinitamente santo. La seguridad falsa desconoce esto por completo.

b) El cristiano falso no es consciente de lo ciego y engañoso que es su propio corazón. Su seguridad falsa le da gran confianza en sus propias opiniones. El creyente verdadero, en cambio, contempla con modestia su propio entendimiento.

c) Satanás no ataca la seguridad falsa; ataca la seguridad del verdadero cristiano porque es ésta la que produce mayor santidad. En cambio, es el mejor amigo de la seguridad falsa, pues mantiene al cristiano falso totalmente bajo su poder.

d) La seguridad falsa ciega a la persona respecto al verdadero alcance de su pecaminosidad. El cristiano falso se ve a sí mismo brillante y limpio. El cristiano verdadero, en cambio, conoce su propio corazón y se reconoce como un gran pecador; con frecuencia se pregunta si es posible que alguien verdaderamente salvo sea tan pecador como él sabe que es.

Como dijo el profeta Jeremías: «Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?» (Jeremías 17:9).

Alejandro Riff